sábado, 26 de noviembre de 2011

HACIA RUTAS SALVAJES...


CRISTOPHER JOHNSON MCCANDLESS


‎"Hay placer en los bosques sin caminos, hay éxtasis en las orillas solitarias, hay compañía donde nadie pisa, cerca del profundo mar y de su rugido musical; no amo menos al hombre, sino más a la naturaleza"
(Lord Byron)





Hoy, cambiando la dinámica del blog, no voy a escribir un texto mío. Hoy quiero rendir homenaje a un gran personaje, un hombre libre que eligió su propio camino y destino, su forma de vivir la vida hasta sus últimas consecuencias sin dejarse arrastrar por los convencionalismos sociales... un hombre cuya historia conocí hace un tiempo, fruto de la casualidad al ver la película sobre su vida, pero que desde que llegó a mi conocimiento me fascinó y conmovió. Un hombre que decidió fundirse con la naturaleza buscando la armonía y la felicidad en ella, dejando de lado todo aquello que odiaba o no le llenaba de la sociedad en que vivía. Recomiendo sin duda alguna la lectura del libro "Into de wild" de Jon Krakauer, y también, por supuesto, la película con el mismo título "Hacia rutas salvajes".


   Christopher Johnson McCandless (12 Febrero de 1968 - 18 agosto 1992) fue un errante estadounidense que murió cerca del Parque nacional Denali después de caminar en solitario en medio del desierto de Alaska sin apenas comida y escaso equipo. Jon Krakauer escribió un libro sobre su vida, "Into de wild", en 1996, y que inspiró en 2007 una película dirigida por Sean Penn y protagonizada por Emile Hirsch.

   McCandless creció en Virginia, en el Condado de Fairfax. Su padre, Walt McCandless, trabajó para la NASA como un especialista en antenas. Su madre, Wilhelmina ‘Billie’ Johnson, era la secretaria de su padre y más tarde ayudó a Walt a instalar una exitosa compañía consultora. Ya desde muy temprana edad, sus profesores notaron que Chris tenía una voluntad inusualmente férrea. Cuando creció, agregó a esa determinación un peculiar y propio idealismo y  una gran resistencia física. En la escuela secundaria, ejerció como capitán en el equipo de atletismo, donde instó a sus compañeros de equipo a correr como si de un ejercicio espiritual se tratara, en el que ellos estaban corriendo "contra las fuerzas de oscuridad (...) contra todo el mal en el mundo y todo su odio". Se graduó en la escuela secundaria en 1986 y en la universidad en 1990, especializándose en historia y antropología. Su rendimiento superior a la media y su éxito académico enmascararon un desprecio creciente por lo que él consideraba como el "materialismo vacío de la sociedad norteamericana". En su primer año se le ofreció pertenecer a la fraternidad Phi Beta Kappa, pero lo rechazó argumentando que los "honores y los títulos son irrelevantes". Las obras de Jack London, Leon Tolstoi y Thoreau tuvieron una fuerte influencia en McCandless, y soñó con abandonar la sociedad, al estilo de Thoreau, por un período de solitaria contemplación.

   Después de graduarse de Emory en 1990, donó sus ahorros de 24,000 dólares a la caridad y empezó a viajar por el país, usando el nombre de Alexander Supertramp. McCandless hizo su viaje a través de Arizona, California y Dakota del Sur, donde trabajó en labores agrícolas. Alternó su periplo  entre períodos de trabajo relativamente fijos y con mucho contacto con gente, con periodos en que estuvo sin dinero y sin ningún contacto humano, al punto que a veces tuvo que luchar duramente por conseguir algo de comida con que mantenerse. Sobrevivió a innumerables peligros durante estos periodos de vida salvaje, como cuando perdió su automóvil en un diluvio, o cuando decidió descender en canoa por el río Colorado, en dirección al golfo de California. McCandless se enorgullecía de sobrevivir con un mínimo de elementos y una preparación bastante básica.




Durante años, McCandless había soñado con una "Odisea por Alaska"; vivir de la tierra, lejos de la civilización, y manteniendo un diario de vida que describiera su progreso físico y espiritual, enfrentado a las fuerzas de la naturaleza. En abril de 1992 hizo autostop a Fairbanks, Alaska. Fue visto con vida por última vez por James Gallien, quien le llevó de Fairbanks a Stampede Trail. Gallien se preocupó por "Alex", pues tenía pocos medios materiales y ninguna experiencia en el entorno de Alaska. Gallien intentó persuadir a Alex para que desistiera en la idea de su viaje, e incluso ofreció conducirlo a Anchorage para comprar equipamiento adecuado. McCandless se negó a recibir cualquier ayuda, salvo un par de botas de caucho, dos latas de atún y una bolsa de maíz. Después de hacer una caminata a Stampede Trail, McCandless encontró un autobús abandonado como un lugar para asentarse, y se empeñó en vivir exclusivamente de la tierra. Llevaba consigo una bolsa de arroz, un rifle Remington semiautomático, munición, un libro sobre las plantas locales, varios otros libros de sus autores preferidos y algo de equipo de montaña y acampada. Asumió que debía cazar para poder vivir; a pesar de su inexperiencia como cazador, McCandless capturó con éxito algunos animales pequeños tales como puercoespines y pájaros. Una vez mató un alce; pese a su logro no pudo conservar toda la carne sobrante, ni siquiera tras haberla ahumado sobre unos arbustos, tal como le dijeron los cazadores con que se había encontrado en Dakota del Sur. Su diario de vida contiene entradas que cubren un total de 113 días. Estas fechas relatan la cambiante fortuna de McCandless. Después de vivir con éxito en el autobús durante varios meses, Chris decidió salir en julio, pero encontró el sendero bloqueado por el río Teklanika, que estaba entonces considerablemente más crecido que cuando lo había cruzado en abril.

   El 6 de septiembre de 1992, dos excursionistas y un grupo de cazadores de alces encontró esta nota en la puerta del autobús; "S.O.S., necesito su ayuda. Estoy herido, muy cerca de morir y demasiado débil para hacer una caminata. Estoy completamente solo, no es ningún chiste. En el nombre de Dios, por favor permanezcan aquí para salvarme. Estoy recolectando bayas cerca de aquí y volveré esta tarde. Gracias, Chris McCandless".

   Era el 12 de agosto, día que escribió lo que se piensa fueron sus últimas palabras en el diario. Arrancó la página final del libro de memorias de Louis L’Amour, "Educación de un Hombre Errante". En el otro lado de la página, Chris agregó; "He tenido una vida feliz y doy gracias al Señor. Adiós, bendiciones a todos". Su cuerpo se encontró en su saco de dormir dentro del autobús, con apenas 30 kilos de peso. Llevaba muerto más de dos semanas. La causa oficial de su muerte fue la inanición. Su biógrafo Jon Krakauer ha sostenido que dos factores pueden haber contribuido a la muerte de McCandless en agosto de 1992. Primero, que estaba en riesgo de inanición debido a su creciente actividad, en comparación con la escasa comida que consumía por lo poco que cazaba. Sin embargo, Krakauer insiste que la inanición no fue, tal como lo indican los certificados de defunción de McCandless, la causa primaria de su muerte. Inicialmente, Krakauer sugirió que McCandless podría haber ingerido semillas tóxicas .Sin embargo, las pruebas de laboratorio demostraron concluyentemente que no había ningún rastro de toxina presente en los suministros de comida de McCandless. En las ediciones posteriores de su libro, Krakauer ha sostenido entonces que fue un hongo, que creció en las semillas que McCandless comió, el que provocó su fallecimiento. Sin embargo, no queda ninguna evidencia para apoyar la teoría de Krakauer, salvo un escrito que dejó el propio McCandless en su diario el día 30 de Julio y que decía; "Extremadamente débíl, falta de agua, semillas..." pero toda la información forense disponible sugiere que McCandless simplemente murió de hambre.





Trailer de la película:





"No vivo de lo que el mundo piensa de mí, sino de lo que yo pienso de mí mismo"
(Jack London)








 








martes, 8 de noviembre de 2011

EL REFLEJO INVISIBLE

Tuvo un sueño extraño, como tantas y tantas noches, en el que se levantaba de la cama y se miraba al espejo.

Notaba como arena en la boca y todos los dientes se le caían. Primero despacio, de uno en uno, casi como si fuesen de cristal. Y después sentía cómo se le iban desprendiendo los demás. Se le caían demasiados, cerca de cien, más de los que tenía, sin que entendiera cómo eso podía ser posible; a continuación los escupía en el lavabo con asco y asombro, y sin embargo nunca era el fin del mundo. Sintió una especie de zarandeo y despertó. 

Se levantó y fue caminando con cautela hasta el baño, aunque no conocía los pasillos que recorría, por lo que llegó a la conclusión de que no estaba en su casa. Se sentía extraño, confundido, huraño. Un día pensó que era alguien, pero aquella noche se sentía demasiado lejos de ser nadie. Se miró al espejo. O eso pretendía, pero no lo consiguió. Del otro lado del espejo no había nada. No es que no hubiera reflejo, era más bien como mirar cara a cara al vacío, nada de nada. Ni un ojo, ni una pestaña, ni un pequeño destello que anunciara que estaba ahí. Nada. Una coqueta estantería de madera, los azulejos de cerámica de las paredes, una cortina azul casi transparente en la bañera. Aquello sí se reflejaba. Pero él no estaba. Se asustó bastante, por supuesto. Aunque no tanto como uno podría suponer que alguien se asustaría si desapareciera del espejo. Recordó el mito de los vampiros, y pensó que él también hacía tiempo que se estaba quedando sin sangre. Seguramente no fuera eso, pero ni siquiera podía verse el cuello para asegurarlo. 

Se metió en la bañera para darse una ducha, intentando cantar alguna canción que recordara. Seguía sin poder entender hacia qué extraño mundo se había fugado su reflejo, preguntándose si podía uno sentirse completo cuando aquella persona que habitaba dentro de ti mismo había decidido abandonarte. 

Apenas una semana después se dio cuenta de que se había perdido, que en algún lugar y algún momento de sus últimos días se había extraviado. Que tal vez era lo que no era, o que quizás ya no era lo que era o, en última instancia, que no sabía qué diablos era ahora, ni dónde ni cuándo estaba. Dudó: ¿estaría ése, su otro yo, pensando en aquel mismo momento aquellas mismas cosas? Decidió que no, que aquello era imposible, que estaba desvariando, que como mucho aquel otro estaría ya tomando decisiones para cambiar las cosas, que seguro que no miraba hacia atrás como él y que, de hecho, tal vez fuera esa la razón de que se hubiera marchado. Se sintió solo y cruelmente abandonado. Sintió algo parecido a la envidia. En aquel instante, casi hubiera preferido que de verdad se le cayeran los dientes. 

Intentó simular que no pasaba nada, que aquello no iba con él, que no le importaba. Pero, ¿cómo podía no importarle? Cuando se cumplieron otras tres noches más de sueños encriptados decidió salir a buscarse. En los bares. En los restaurantes. En las bibliotecas. En los parques. En las calles. En los diarios que escribieron cuando aún tenía reflejo. Pero no estaba. 

El espejo se volvió mudo, ciego e insensible.

Una noche mientras paseaba, ya de madrugada, creyó ver en las pupilas de alguien una boca. Una boca que se movía de manera familiar, y que al instante reconoció como propia; y detrás nada. ¿Podía imaginarse? Sólo una boca flotando en las pupilas de alguien, pero algo era algo; y en aquellas circunstancias algo era mucho, y mucho era demasiado Volvió a casa radiante y feliz. Y al día siguiente, en los ojos de una muchacha que había amado, descubrió que no había sólo una boca, sino su propia mirada. Y de aquella manera tan asombrosa fue reapareciendo, poco a poco, entre los párpados de aquellos que conocía o con los que se encontraba: una amiga de la infancia tenía una oreja, otra los dientes (por suerte no se le habían caído), un vecino los pómulos,  su compañera de trabajo las pestañas. Fue coleccionando mentalmente los fragmentos, y volvió a conseguir algo remotamente parecido a un reflejo. No era mucho, era tan sólo el esbozo de un recuerdo triste. No obstante, consiguió volver a  dormir. 

A la mañana siguiente intentó algo nuevo: probó a sonreír. Su sonrisa, ya casi no la recordaba, apareció como por arte de magia, estaba ahí detrás. Detrás de todo... aunque delante de nada. Un poco tenue, casi etérea, pero sí, parecía la suya, a todo color, con sus labios carnosos y todo. Su sonrisa perdida... por fin ahí estaba. Le vino a la memoria un recuerdo de hacía mucho tiempo, cuando una novia que tuvo le dijo que él era como el gato de Cheshire y su sonrisa, la misma del gato.

Y probó de nuevo a sonreír. Y comprendió que nunca debió de dejar de hacerlo y que, de ahí en adelante, jamás dejaría pasar ni un sólo día más de toda su vida sin regalar una sonrisa a alguien...


Juanma - 9 - Noviembre - 2011