"Voy de camino", dice el mensaje, a las 3:13 de la madrugada. Ella se
despierta sobresaltada, claro está. Lo relee una y otra y mil veces; incrédula pero feliz. Oye los pájaros que se
despiertan cantando y bailando en las ramas de los árboles. Prueba a cerrar los ojos, pero no consigue dormir más.
Y después, entre las brumas vaporosas de una extraña vigilia, el gato que ronronea, una puerta que se abre, una puerta que chirría, una
puerta que se cierra; y otra vez la calma quieta de la noche. De repente un rayo de luz le acaricia la cara, entra en un ojo entreabierto y se derrama por su pupila; ella lo abre del todo y descubre un rostro rebosante de risa y alegría. Un hermoso rostro querido, soñado, conocido y siempre esperado; rostro de "ya era hora", "aquí estoy", "te echaba de menos", "ven a mis brazos"... Y por fin, ahí está.
Ella tiende sus tiernos y delicados bracitos hacia él,
como la muchacha tímida y dulce que es, y él se inclina y la abraza y la besa despacito; y no la desnuda ni le quita con prisa la ropa como se podría imaginar o suponer. En cambio, se tiende en la cama y se acuesta junto a ella. Y la abraza, le acaricia el pelo con mesura y le besa dulcemente la nuca.
Se hace un silencio hermoso. Se entregan a él y cierran los ojos, alegres, los dos.
Y
cuando ya el alba se cuela en la habitación, ella no se atreve a darse la vuelta en la cama. Tiene miedo de los
cuentos con final triste que se cuenta cuando duerme y estira los dedos muy lentamente, buscando... y
se concentra y piensa casi suplicando: por favor, que no haya sido un sueño...
Juanma - 16 - Diciembre - 2012
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