jueves, 17 de enero de 2013

CUENTOS DE HADAS

En la literatura resulta sencillo: éste es  el príncipe, éste el villano. En la realidad, princesa, suele ser bastante diferente...

Supón por un momento, princesa, que te encuentras un príncipe en la barra de algún bar. Uno al que has visto muchas veces, pero nunca como hoy, con su barba impecable, sus ojos de almohada, su sonrisa de verde bosque y azul cielo. Supón que habla no sólo bien, o perfectamente bien, sino que además canta con voz de bardo. Supón que tiene una guitarra, que se sienta en un taburete y cruza las piernas, que cierra los párpados y se lanza a cantarte una balada, a susurrarte con poesía y música todas tus alegrías y tristezas. ¿Qué harías?

Supongamos que existe este tipo-príncipe, con sus canciones, su conversación, sus ojos y su profunda melancolía. Supón que tiene manos de consuelo y dedos de descubrimiento. Supón que, además, un día fue a la guerra. Y que no se conformó con la violencia, sino que aprendió gracias a ella el precio de la paz. ¿No lo llevarías a tu casa, para ofrecerle cuentos y besos, en la nunca tan alta torre de tu reino en el centro del universo de tu alma?

Y al otro día, princesa, ¿no despertarías ebria de alegría, y muerta de miedo al mismo tiempo? ¿No te has encontrado, princesa, recibiendo aliento de una boca ajena antes de descubrir que el héroe boicotea su propia felicidad? ¿Y cuántas veces en la página del libro encontraste un manchón oscuro o un vacío donde antes había un protagonista y una promesa?

¿Y qué hacer, princesa? ¿Seguir besando sapos por si se convierten en príncipes? ¿Seguir vigilando las fronteras de los pantanos y los caminos de los bosques?

Yo me declaro incompetente. Y además me declaro impaciente, impotente, insolente e inocente. Declaro que mi radar siempre ha estado descompensado y desorientado y que, cuando en busca de un dragón camuflado o una princesa de cuento de hadas he encontrado una mujer real, ésa que era sólo para mí con todos sus defectos y virtudes, no he sabido verla. Me declaro tan inhábil como demente. Me declaro culpable. Me declaro perplejo de una vez y para siempre.

Y a esas princesas hermosas y esos príncipes valientes o azules, esos personajes de utopía y cuentos de hadas que nos vendieron en la cama desde pequeños en las oscuras noches de tormenta, los declaro muertos e inexistentes...

Así que, cuando despierte de mi hechizo, seguiré buscando princesas de carne y hueso...


Juanma - 17 - Enero - 2013

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