Belchite, martes 24 de julio de 2018
Son las 22:00 horas cuando se
abre el portón de madera situado en el Arco de la Villa, actualmente la única
entrada al pueblo, y en un silencio casi sepulcral accedemos al interior una
decena de personas. Hasta hace pocos años los visitantes podían entrar por
cualquier punto y caminar a sus anchas entre las ruinas, pero debido a los
saqueos y actos de vandalismo producidos, y también en prevención de posibles
accidentes, el ayuntamiento decidió vallar el pueblo en su totalidad y tapiar
la entrada. Tras la restauración de algunos edificios, la completa rehabilitación
del Arco de la Villa y la instalación en ella de los servicios de recepción e
información turística, se decidió poner en marcha un servicio de visitas
guiadas para los turistas: una diurna a las 12:00 del mediodía donde se explica
la historia del pueblo y, sobre todo, los sucesos de la famosa batalla de
Belchite acaecida entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937 en el
transcurso de la Guerra Civil, y donde murieron cerca de 6.000 personas entre
soldados de ambos bandos y habitantes del pueblo; y otra excursión nocturna a
las 22:00 más centrada en los diferentes sucesos paranormales acontecidos entre
sus calles y en algunos de sus edificios e iglesias más emblemáticos.
Habíamos llegado sobre las
19:00 de la tarde y antes de ir a nuestro hotel situado en el nuevo Belchite, a
solo unos metros del pueblo viejo, decidimos echar un primer vistazo a las
ruinas desde el exterior. Ya al acercarte al lugar se nota en el ambiente una
sensación extraña. Hay un silencio inquietante, una calma tensa, donde no se
escucha ningún sonido, salvo nuestras pisadas sobre las piedras del camino, ni
se ve animal o pájaro alguno en los alrededores o sobrevolando el lugar. Incluso
desde fuera el sitio impresiona: la desolación de los edificios derribados, los
restos de sus muros, columnas y torres que aún se recortan en el horizonte como
viejas osamentas fruto de la barbarie humana de la que antaño fueron testigos,
y hoy narradores silenciosos. Pero esa primera impresión fue tan solo un
aperitivo de lo que nos íbamos a encontrar cuando 3 horas más tarde cruzábamos
el umbral de la puerta del Arco tras Carlota, la que iba a ser nuestra guía en
aquella ruta nocturna.
Justo tras la arcada se
extendía ante nosotros la Calle Mayor, una larga travesía que se perdía en la
distancia. A izquierda y derecha, casas en ruinas y llenas de escombros pero
que, gracias a ser de mejor construcción, junto al hecho de que se apoyen en el
sólido Arco de La Villa, son las únicas casas de esa zona que aún conservan la
fachada y se mantienen en pie en la actualidad. Según avanza la calle, las
casas van estando en peor estado hasta que de las últimas no se conserva
prácticamente nada. Está anocheciendo y esa primera imagen casi espectral,
junto al silencio y una luna casi llena iluminando las ruinas, queda grabada en
mi retina. Todo el mundo que lo ha visitado comenta que siente algo raro al
entrar en Belchite, y supongo que esas sensaciones serán más intensas cuanto
más sensible sea la persona, habiendo gente que ha tenido incluso que dejar la
visita e irse debido a la angustia que el lugar les provocaba. No es que
tuviera yo una impresión tan desagradable, pero lo cierto es que parece que
allí haya una frontera, un umbral que al ser cruzado te transporta a otro
sitio… u otro tiempo. Se nota, casi puede palparse, una energía extraña,
diferente a la que puede experimentarse tan solo unos metros más atrás. Cada
persona tiene sensaciones diferentes y, en mi caso, no sé si podré ser capaz de
expresar con palabras lo que allí sentí porque son emociones propias y, en el
ambiente agónico de aquel entorno, no puedo afirmar que sean del todo
objetivas. Pero sí es cierto que una energía especial, como una densa niebla,
se nota nada más llegar, y yo no la percibí, al menos en aquellos primeros
metros, como inquietante o peligrosa, sino más bien como una impregnación de
tristeza y desazón, como si entre aquellos muros hubiera quedado atrapado todo
el sufrimiento y dolor de sus habitantes y aún reverberaran los ecos de tanta
desolación.
Mientras avanzábamos por la
calle y Carlota nos preguntaba por las razones que nos habían llevado a querer
conocer Belchite de noche y nos iba empezando a narrar anécdotas de las visitas
de Cuarto Milenio y otros programas de investigación, los restos del pueblo se
levantaban a nuestro alrededor como esqueletos decrépitos saludando a la noche.
La presencia de la luna casi llena nos vino bien, pues hizo que pudiéramos
caminar sin llevar todo el rato las linternas encendidas, que eran un excelente
reclamo para una legión de mosquitos que, pese a todo, nos dejaron huella para
varios días.
Continuamos nuestra ruta
sin parar de hacer fotos a diestro y siniestro, esperando encontrarnos después
con alguna “sorpresa” al revisarlas. Nuestra siguiente parada fue en la
confluencia de las calles Mayor y Sagasta. En la casa que había situada justo
en dicha esquina vivían dos hermanas solteras, Paulina y Antonia. Un cañonazo
derribó parte de la casa y murieron en el interior. Hoy tan solo quedan unos
cuantos ladrillos como recuerdo de la vivienda. Aquí nos detuvimos, como decía,
pues Carlota quería contarnos unas cuantas anécdotas relacionadas con las
hermanas. Una noche, tres décadas atrás, durante el rodaje de la película "Las aventuras del barón Munchausen" de Terry Gilliam, uno de los moembros de los Monty Phyton, y que se filmó casi por completo en la
localidad aragonesa, un vigilante de seguridad al acercarse a dicha esquina vio
a dos señoras que caminaban por allí. Las llamó, aunque no le hicieron ningún
caso. Entonces decidió seguirlas calle abajo hasta el Convento de San Agustín,
donde al parecer se dirigían. Cuando llegó allí vio a su compañero, que se
encontraba en aquella otra zona vigilando, y al preguntarle por las dos señoras
que caminaban en su dirección este respondió diciendo que llevaba bastante
tiempo sin moverse de allí y no había visto venir ni pasar a nadie. No volvieron
a ver a dichas señoras en toda la noche, pese a que buscaron y miraron por todo
el pueblo. Tiempo después, un pintor que visitó las ruinas y decidió plasmar
algunas imágenes del pueblo en sus lienzos, realizó uno justo sobre las ruinas
de la casa de las hermanas. Delante de la fachada dibujó a dos señoras. Cuando más
adelante le preguntaron por qué había pintado a esas dos mujeres o si conocía
algo de la historia de aquella casa respondió que no, pero que al encontrarse
mirando hacia ese lugar tuvo una visión de esas dos señoras delante de la casa
y sintió como que algo le empujaba a pintar ese cuadro. Carlota nos enseñó una
fotografía del retrato que tenía en su teléfono, pero, aunque he buscado por
todo internet, e incluso solicité a la oficina de turismo de Belchite si podían
facilitarme una copia o darme información sobre dónde conseguirla, no lo he
logrado. Antes de seguir adelante, otro apunte sobre el rodaje de “Las
aventuras del barón Munchausen”: durante todo el rodaje no pararon de suceder fenómenos
extraños; partes del decorado que desaparecían o aparecían caídas o cambiadas
de sitio, extrañas luces que surgían de la nada en la noche, apariciones
fantasmales… Varios miembros del equipo, y el propio Terry Gilliam, fueron
testigos de ello.
Tras dejar atrás la casa de Antonia y
Paulina, no sin antes volverme para echar unas cuantas fotografías del lugar
con la esperanza de que las dos mujeres quisieran dar fe de la veracidad de la
historia apareciendo en alguna de ellas, seguimos el camino por la Calle Mayor.
Nuestra siguiente parada fue “El Trujal”, antiguamente una especie de molino
donde había una prensa para exprimir la cosecha de aceituna y obtener así el
aceite. En el pozo donde se guardaba el preciado líquido, durante la batalla de
1937 fueron arrojados al pozo más de cien cuerpos haciendo del lugar una
macabra fosa común. Se cuenta que eran soldados nacionales quienes fueron
enterrados allí por el bando republicano, pero según recordaban algunos
testigos, allí se arrojaron soldados de ambos frentes y también niños y
habitantes del pueblo, muchos de ellos aún vivos y malheridos que sufrirían una
larga agonía hacinados hasta el momento de su muerte. En el lugar hizo Franco
después de la guerra un monumento a los Caídos (de su bando) y un mausoleo
donde se grabaron los nombres de algunos de los militares más importantes o de
las personas más pudientes del pueblo que allí perecieron. Y, desde entonces,
es aquel uno de los lugares más inquietantes y donde han sucedido algunos de
los sucesos más extraños. Allí se centró parte de un especial del programa de
misterio “Cuarto Milenio” donde el investigador Iker Jiménez y su equipo se
dieron de bruces con fenómenos paranormales. Una colaboradora habitual del
programa, la médium y parapsicóloga Paloma Navarrete, se resistió a entrar en
el recinto, cosa que nunca había hecho antes en ningún otro lugar durante todos
sus años de profesional. Explicaba que la energía que había allí dentro era
terrible, que olía a sangre y pólvora, que los escalones del suelo estaban
llenos de cadáveres y que algunas presencias querían echarla de allí. Mientras
nos contaba esto, Carlota nos animaba a dejar nuestros teléfonos y grabadoras en
una piedra junto al trujal para ver si captaban algo, puesto que en ese mismo
lugar se han grabado psicofonías de un niño gritando. También nos explicaba que
aquello sería posible siempre que los aparatos no dejasen de funcionar, ya que
hay allí un fuerte campo electromagnético que impide que estos funcionen con normalidad.
Ya sea como consecuencia de ese campo electromagnético u otras razones
inexplicables o paranormales, lo cierto es que a más de uno de los presentes se
les descargó toda la batería de sus cámaras digitales, teniéndola cargada al
máximo solo unos minutos antes, y a mí dejó de funcionarme el flash de mi
smartphone, volviendo a hacerlo sin problemas nada más salir del inquietante
lugar.
De ahí seguimos nuestro
recorrido hasta llegar a la Plaza Vieja, donde volvemos a detenernos. Allí hay
otros 3 lugares de interés: la casa de “la Domi”, la Torre del Reloj y una gran
Cruz de Hierro. La casa de “la Domi”, que se encuentra en la esquina de la
Calle Mayor que acabamos de dejar atrás, era, al inicio de la guerra, la mejor
de todo Belchite. En sus pisos se alojaba una familia adinerada y de buena
posición social, la familia de Dominica Fanlo, y en sus bajos había un comercio
de tejidos. Durante la guerra alojó la Jefatura de la Falange y también hizo
las veces de hospital. Era una casa de cinco plantas, enorme para una vivienda
de un pueblo de aquella época. Ahora apenas quedan los restos de un par de
plantas. Un poco más adelante y a nuestra izquierda encontramos la torre del
Reloj, que es lo único que se mantiene en pie de la antigua iglesia de San
Juan. Es este también un lugar un tanto extraño, con esa torre levantándose
solitaria como un dedo acusador que señalara al cielo. Según nos cuenta nuestra
guía, en el interior de esta iglesia se encontraron los esqueletos de lo que se
cree fueron algunas monjas, emparedados entre un par de tabiques. Frente a la
torre, y en un descampado que fue un día la Plaza Vieja, se levanta una gran
cruz de hierro forjado que realizaron dos prisioneros catalanes apellidados
Balaguer y que fue inaugurada en 1944. Fue levantada por el régimen de Franco y
es gemela a otra ubicada en el santuario de Santa María de la Cabeza, en
Andújar, Jaén. En ese punto se quemó durante la famosa batalla una enorme
montaña de cadáveres, ya que no había dónde enterrarlos y estos se descomponían
en las calles bajo el abrasador sol de aquel agosto aragonés. Cuentan que la
grasa de los cadáveres quemados formó un riachuelo que descendió la pequeña
pendiente y allí fue a juntarse en la calle con otro torrente de sangre que
provenía de otra montaña de muertos apilados en otro lugar.
Siguiendo nuestra ruta, nos
encaminamos a la Iglesia de San Martín de Tours, quizá el más misterioso e
inquietante rincón de Belchite. La iglesia, como todo, se encuentra en ruinas y
pésimas condiciones, aunque de las iglesias del pueblo es la que en mejor
estado se conserva. Aquí encontramos grabada con pintura en una de las antiguas
puertas de entrada la famosa jotilla de Natalio Baquero, un octogenario nacido
en mitad de la cruenta batalla y uno de sus últimos supervivientes, que dice
así:
“Pueblo viejo de Belchite,
ya no te rondan zagales,
ya no se oirán las jotas
que cantaban nuestros padres”
La iglesia tiene también
escrita con sangre su propia historia negra, ya que en su interior murieron
decenas de inocentes, sobre todo niños, mujeres y ancianos que se habían
refugiado en su interior huyendo de la sangrienta batalla que ya se desarrollaba
calle por calle, e incluso casa por casa. Una bomba destruyó el tejado y las
piedras cayeron sobre los inocentes allí refugiados, produciéndose otra
masacre. También los soldados del bando sublevado la utilizaron como punto
estratégico y en la torre se refugiaron de los republicanos sus últimos
soldados durante las horas finales del asedio, muriendo también bastantes de
ellos. Aquí también se han producido bastantes fenómenos paranormales, como nos
relata Carlota. En varias ocasiones, se ha visto a un niño deambular por entre
los muros con una especie de luz, un candil según parece, en la mano. Uno de
los que han presenciado la figura del niño fue Javier Campos, colaborador de
Cuarto Milenio, que pasó una noche a solas y a oscuras dentro de la Iglesia. El
interior de la capilla donde pernoctó es un sitio bastante inquietante, como si
el ambiente estuviera más cargado o la energía fuese distinta. Imaginar estar
allí en completa soledad y totalmente en silencio, envuelto por las tinieblas
de la noche, y ver aparecer la figura de un niño entre las ruinas me puso los
pelos de punta. También aquí, el periodista e investigador Carlos Bogdanich,
junto a su equipo de Cuarta Dimensión, consiguió en el año 1986 algunas de las
más espectaculares psicofonías grabadas en Belchite. Aparte de las más típicas
de algunas voces humanas, las más impactantes son sin duda las del ruido de los
cazas con hélice de la época surcando el cielo o el de los bombardeos y las
nítidas explosiones de bombas, sonidos inexplicables recogidos en las
grabadoras en el silencio de la noche. También el colaborador de Cuarto Milenio
y médium, Aldo Linares, dijo que en aquella iglesia vio una figura encapuchada,
como de un monje o monja, con una especie de tijeras en la mano, que le llamaba
y decía que fuese con él. Comentaba que la sensación fue tan negativa y la
presencia le dio tanto miedo que, por supuesto, no se atrevió a acercarse a la
siniestra figura y después sintió nauseas y un fuerte dolor de cabeza que le
hizo salir del lugar.
Volvemos ahora atrás en
nuestro recorrido para regresar a la esquina de las calles Mayor y Sagasta,
donde se encontraba la casa de las hermanas Antonia y Paulina, y bajar por esta
última calle hasta la Plaza del Convento, donde se encuentra la Iglesia de San
Agustín, último de los lugares principales de nuestra ruta nocturna. En su
interior también se han recogido grabaciones de voces y se han visto luces
extrañas. El lugar me parece aún más inquietante y perturbador que los
anteriores, incluso que la Iglesia de San Martín, sin saber explicar el porqué
de tal sensación. No nos dejan acceder nada más que un par de metros en la
entrada porque, según nos cuenta nuestra guía, los arcos están partidos y
corren peligro de caerse o desprenderse algunas partes de ellos. El interior
impresiona, allí debajo de todos aquellos arcos resquebrajados, parece estar
uno en el interior de un enorme esqueleto, y me viene a la mente la imagen de
las vértebras de una descomunal ballena. Al lado y a mano derecha hay un
pasadizo o túnel oscuro sin puerta que parece descender hacia alguna cripta o
sótano y que me produce un escalofrío y temor inexplicables. No me atrevo a
acercarme, es como si uno pudiera intuir que hay algo malo, una especie de
energía negativa que emana de su interior, algo que no quiere que estés allí. No
he sentido nada igual en todo el recorrido, ni siquiera en el trujal o la
iglesia de San Martín, y sin duda ha sido el momento más extraño de toda la
noche (y mira que los ha habido) por esa inquietante sensación de agobio y mal
rollo que os cuento y que no era entonces capaz de explicarme… ni soy ahora
capaz de describir en toda su esencia. No sé si alguien más tuvo la misma sensación
en aquel sitio o fue solo cosa mía, pues imagino que cada persona sintió cosas
distintas en cada lugar. La experiencia es tan personal que estoy convencido de
que cada visitante haría un relato parecido al de los demás, pero a la vez muy
diferente. Yo recuerdo aún aquel momento mirando hacia esa especie de puerta y
lo que hubiese tras su umbral, aquella sensación desagradable y de temor, y
cómo se me erizó el vello de la nuca y se me puso la piel de gallina. Aún lo
hace cada vez que pienso en ello. Un
apunte más sobre esta iglesia antes de marcharnos: en el exterior y en lo alto
de una de las paredes de la torre puede verse aún un misil que quedó incrustado
durante la batalla y que no llegó a explotar. Esperemos que nunca lo haga.
Tras este último punto del
recorrido, volvemos junto a Carlota, hacia al Arco de la Villa, para terminar
nuestra ruta nocturna. Por el camino le formulamos preguntas y curiosidades, y
le instamos a que nos cuente si acaso le han sucedido a ella fenómenos extraños
o algún suceso paranormal durante sus innumerables marchas nocturnas. Nos comenta
que ella al principio era escéptica a todo este tipo de historias, pero que
ahora ya no lo era tanto después de tantos testimonios y ver “algunas cosas”.
Tras haber pasado noches enteras allí, acompañando a grupos de investigadores
que iban a hacer sus reportajes, ha podido escuchar algunas psicofonías
espeluznantes que se han grabado, estando ella presente y siendo testigo del
silencio absoluto que había en el lugar. Esto le ha hecho replantearse muchas
cosas y no estar ya tan segura de que allí dentro no haya “algo más” que no somos
capaces de comprender ni explicar. Y es que uno no sabe con certeza qué es lo
que sucede allí dentro, pero sí que es consciente de estar caminando sobre un
enorme cementerio. En cualquier lugar del pueblo, en cada calle que pisamos, en
cada casa que miramos, hay personas muertas o enterradas. Hay incluso un
Belchite subterráneo bajo nuestros pies, ya que durante la guerra los vecinos
excavaron túneles que conectaban las diferentes casas como manera de poder
comunicarse entre ellos y también como refugio. ¿Cuántos vecinos del pueblo
morirían y tendrían su tumba también bajo sus propios hogares? Porque hablando
de fallecidos, no solo hay que contar los casi 6.000 muertos de la batalla de
la Guerra Civil, sino muchos más anteriormente, pues en el pasado hubo otras
dos importantes batallas en el pueblo: una durante la Guerra de Independencia y
otra durante las Guerras Carlistas, donde también murieron cientos o miles de
soldados. Sin duda, es aquel un lugar que parecía estar predestinado a ser
azotado por la tragedia hasta su total destrucción.
Antes de salir y mientras
apaga las luces de la oficina en la entrada y recoge sus cosas, Carlota nos
pide por favor si alguno de nosotros sería tan amable de esperarla hasta que
salga y cierre las puertas. Le da miedo quedarse sola. Nos quedamos a esperarla
y ninguno hace ninguna broma al respecto. A cualquiera de nosotros también le
daría miedo quedarse a oscuras y solo allí. Nos da las gracias y nos despide ya
en el exterior, esperando que nos haya gustado la visita y deseándonos que
disfrutemos al día siguiente de la ruta diurna. Nos vamos hacia el hotel
pensando en todo lo que nos ha contado, pero sobre todo interiorizando la
experiencia, curiosa e inquietante cuando menos, y las sensaciones, quizá
diferentes para cada uno, pero muy íntimas y personales y que seguro no vamos a
olvidar nunca. Como una tintura que se quedara adherida a tu piel, al igual que
la muerte, el dolor y el sufrimiento parecen haberse quedado pegados al suelo y
las paredes de las calles de Belchite.
Por último, abajo os dejo una selección de algunas de las fotografías que hicimos, tanto en la ruta nocturna como en la diurna del día siguiente.
Juanma Nova García