Cae la noche. Vuelve a casa y llora. Saca una tiza de un cajón y empieza a marcar cada objeto con una X mayúscula. No hay nadie. Nadie la mira. Nadie la ve. Eso le duele aún más. Se enfrenta a la mirada que le devuelve el espejo. Se contempla largo rato en él. Descubre que tiene un agujero en el pecho. Más bien se trata de un hueco del tamaño del corazón. Ve la pared de detrás a través de aquella abertura que parece haber cobrado vida en su interior. Se sienta. Hunde un cuchillo en lo más profundo de sus entrañas que la atraviesa sin ninguna sensación. Ahora lo entiende. Sonríe al fin.
* * *
En el pasillo de un avión que atraviesa el océano, él avanza, llorando. Lo miran. Cierra los ojos. Acaba de recibir una llamada. Llora. Se quita las gafas de sol y se desabrocha el cuello de la camisa. Pone sobre sus piernas temblorosas el bolso de mano. Mete la mano dentro del bolsillo, buscando algo que le espera allí y que parece ser su única salvación.
Se seca el sudor de la frente. Empieza a inquietarse, se palpa el pecho.
Todo bien. O quizás todo mal, pero al menos en su sitio. ¿Y entonces? Lo coge con
cuidado. Es sólo un papel en el que hay un caligrama con unos versos en francés. Al fin lo entiende. Sonríe también.

(Guillaume Apollinaire)
Juanma - 13 - Diciembre - 2011