
Al principio no
conseguí ver nada, pues tuve que cerrar los ojos ante el resplandor que surgió
de ella, pero después... Abrió la mano y fue como volver a la habitación y los
juegos y secretos de la niñez para decirle al espejo: Por fin he vuelto a casa.
Abrió la mano y de
su interior sopló una brisa risueña, un viento travieso que al acariciarte el
rostro te leía los pensamientos y revolvía tus cabellos como si fuesen algodón
o risa o un jardín de mariposas que te subiera por los tobillos hasta las
rodillas haciéndote cosquillas, como el revuelo de las flores en primavera y
las nubes y su eco, como si una estrella fugaz te levantara el sombrero sin
hacer apenas ruido, como el rebelde crujido de un relámpago en el cielo de la
tormenta.
Recuerdo los
pliegues de sus dedos níveos, casi de porcelana, formando un mágico cuenco, un
pequeño y cristalino estanque en el que las ocas y los cisnes iban ahora de sur
a norte en una nueva y desconocida migración, regresando siempre a su nido en
el hueco del meñique que los acunaba y acariciaba como si él mismo fuese
también tersa pluma; recuerdo los remolinos del agua y sus vaivenes alrededor
de las aves, y las olas que conquistaban la orilla como si fuesen sueños.
En aquella mano
que por fin se abrió suspiraba y deliraba el Mistral formando espirales a veces
de magia, a veces de fuego; en ocasiones no decía nada y en otras, sin hablar,
lo decía todo... y se acurrucaba en la curva del cuello, en las mejillas
sonrosadas o en la comisura de la boca y, de regreso a su hogar, se colaba por
la ventana abierta y pequeñita de un "estoy contigo por siempre jamás".
También se
convertía en una caricia de arco iris, pero la melodía de su voz no cabía toda
dentro y surgía y brotaba formando colores habitados por abejas que traían miel
y luciérnagas que irradiaban luz y hormigas que portaban hojas carmesí y
púrpura y verdeazuladas, y brillantes grises y rosados desde el sendero
inquebrantable de las uñas.
En las líneas de
su mano había un tiempo y una historia y un lugar... Y un alfabeto y una
constelación y un mapa donde no había fronteras y sí manantiales y sirenas en
busca de náufragos medio ahogados en su sed de nuevas tierras, arribando a una
orilla y una costa de cristal y nácar para adentrarse tierra adentro y llegar a
las arterias de los bosques y al pulmón de las montañas y sentir el latido de
los caminos cuando los recorre el corazón.
Lo que tenía en la
mano era un pestañeo de esperanza y un temblor de rodillas y un cosquilleo en
el estómago... y apenas terminó de abrirla me besó como se besan dos labios
enamorados. Lo que tenía en la mano más que carne, piel y huesos era cariño y
ternura y una canción que te llamaba y te desnudaba dejándote de regalo un
nombre mágico como el eco de una risa lanzándose en picado como un halcón desde
el acantilado del alma.
Y aquella mano
indescifrable, impensable e imposible se abrió como una flor al sol de la
mañana y sentí vértigo y alegría y un escalofrío que me acarició y fue... Fue
como si siempre hubiese estado muerto y al mismo tiempo no pudiera morir
jamás... y como si todas las veces que muriera de ahí en adelante fuesen para estar
cada vez más vivo y alegre y despierto.
Todos estábamos
intrigados por lo que aquella hermosa muchacha pudiera guardar en esa mano que
llevaba siempre cerrada. Recuerdo que una noche de verano la abrió de nuevo...
Y esta vez
entrelazó sus dedos con los míos y me perdí para siempre en el laberinto de la
magia y el abismo del amor...
Juanma