
Él miró de reojo el libro de ella, y le gustó. Ella miró de frente
el libro de él, y le cautivó. Media estación después, él puso su
zapatilla junto al zapato de ella, tocándolo apenas por la punta. Ella no
movió el pie. Y un calor sutil y agradable empezó a fluir desde los
dedos del pie hasta las manos, desde las manos hasta los libros y desde
los libros hasta el aliento. Si un sobresalto le hacía separar el pie,
lo devolvía de inmediato a su posición deseada.
Así permanecieron los dos lectores ( los ojos clavados en el papel,
los pies clavados en el suelo, sus corazones queriendo desclavarse de
su pecho ) seis estaciones completas... en medio de un breve romance de
solapas y sin verse nunca el rostro.
Juanma - 1 - Marzo - 2012
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