Era mudo.

Una hermosa muchacha le esperaba al otro lado del invierno. Justo en la
orilla de una primavera salvaje. Salió de una biblioteca perdida. O
quizás de los versos de un poema o los párrafos de un cuento. O de las
páginas amarillentas de un periódico olvidado. Le conquistó con una
tierna mirada en otro idioma, y le preguntó al chico mudo qué buscaba.
Él dudó. Trató de decir algo que ella no pudo entender. Una sílaba, una
afirmación mínima. Un gemido, un sonido gutural, un maullido tal vez.
Trató de decir algo, y algo dijo. Se inclinó en la vereda y recogió una
palabra que alguien había perdido...u olvidado. Se la puso en la boca y
habló. Mal, pero habló. Ella, que tenía un bolso de palabras que había
coleccionado por las calles, se lo prestó. Él pudo decir de nuevo
algunas cosas, y esas pocas cosas se las pudo enseñar.
Ella preguntó por la ciudad, y él la caminó con ella. Ella sacaba una palabra del bolso y él la saboreaba, la besaba, la definía y se la regalaba. Ella le regalaba otras...ser, estar, tocar, mirarse, sentir, amarse...
Cuando tuvieron una
casa llena de palabras, las unieron para dormir dentro, abrazados.
Ahora él la besa con unos labios como manantial de palabras, ella con un
río de versos en su boca húmeda. Se miran hasta gastarse, ansiosos.
Pero nunca más en silencio...
Juanma - 18 - Julio - 2012
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