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Y tú te
empeñas en preguntarme porqué insisto con los pájaros, cuánto me preocupan, qué
quieren decir. Y yo sin respuesta; pues ya ves, no sé. Sólo recuerdo que no me
los invento, porque anoche regresaron como un huracán desatado y se supone que
yo tenía que estar ahí para salvarlos. Pero no lo conseguí, eran demasiado
veloces para mí. Entonces se arrojaron como un torbellino a la arena y al agua,
ahí en la playa, a los brazos del mar. Como para rebasar fronteras y quizás
pasar del vuelo al nado... tal vez.
Al menos
ahora siempre tienen alas. Sólo necesitan usarlas bien.
Te he
dicho desde hace siglos que odio el crepúsculo, que no me gustan sus colores
cuando oscurece. Se vuelven osados kamikazes. Sé que no me crees, pero es así;
son pequeños suicidas anónimos. Y yo intento detenerlos, abrir las ventanas,
apartar los cristales de su camino, salvarlos, insuflarles esperanza, hacerlos
vivir...
Ya sé
que has tomado como costumbre pensar que yo estoy loco en algunas horas del
día. Me escuchas en silencio, simulas que me comprendes y asientes con la
cabeza a todo que sí.
Y
afirmas que a veces es tanta la fuerza del destino, que uno se queda sin
elección.
Pese a
que tú no lo hagas, yo te creo.
Porque
si intento taparme los ojos para ignorarlos o hacerlos desaparecer, me vuelvo
súbitamente un halcón, o un cuervo negro que devora los tuyos al fin...
Juanma -
8 - Junio - 2013
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