
La locura la seguía, la acechaba, la atormentaba... ya se escondiera en la más inaccesible cueva o en el más inverosímil agujero. Se esparcía en torno a ella de un modo tan desesperante que la hacía balbucir y sollozar. Gemía buscando esa atención que siempre quiso, pero jamás logró. Se encogía. Tiritaba. Sus extremidades se retorcían, sus fuerzas flaqueaban; la oscuridad cegadora quemaba y se mostraba inmisericorde ante aquella pequeña y asustadiza criatura. El resplandor y su nitidez siempre volvían, cada mañana regresaban y, al despertar, ella se indignaba. No había salida, la huida era en vano; la única manera era encarar el camino con la conciencia tranquila y la cabeza bien alta. Y tal vez, solo tal vez, enceguecerse un poco al principio con la certeza de lo antes evitado. Y con la fortaleza de la verdad que siempre tanto habría anhelado.
¿Y algo más? Sí, por supuesto. Que sea a este mundo real, sin sueños ni maravillas, al que por fin le corten la cabeza...
Juanma - 11 - Marzo - 2014
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