que dentro caben
el mundo...
y su ausencia.
Cierra los ojos en
un acorde,
breve como la
alevosía de un parpadeo,
termina su cerveza
y resopla
porque siente que
se derrama
por los bordes de
aquel tugurio
de mala muerte
donde todos
parecen maniquíes de risa enlatada con ojeras y alopecia.
Otra semana
perdida
entre sueños sin
vísceras
y fantasmas con
ictus
y arrugadas
esperanzas descarnadas.
A veces los
pensamientos son inexplicables
y el inconsciente
un burdel lleno de trastos.
Reinventa las
historias, y sus finales,
y truca las
lágrimas, y las sonrisas,
para que el pasado
le parezca,
cual un abrir y
cerrar de ojos,
el último reducto
de su salvación.
Con un tintineo de
llaves abre la puerta,
entra en su piso
vacío
y se queda mirando
la cama huérfana;
limpia el polvo a
sus discos de Dylan...
Malasaña es, por
derecho,
su respuesta en el
viento,
y su ciudad un
lecho de espinas,
y su alma un
laberinto
que huele a
farolas y a octubre
y a Lucky Strike;
como un mendigo
malabarista
rebusca entre
callejones olvidados
donde laten
perturbardoras tinieblas
y un puñado de
recuerdos,
desgarradores como
cristales rotos,
le devuelve a su
pasado...
y a la siniestra
delgadez de su sombra,
y a una infancia
lejana que parece
un islote perdido
entre la bruma.
Otra noche que se
arrastra
por otra semana
enferma...
fotos antiguas que
parecen mausoleos
y la multitud
paseando sola
y la ¿última copa?
tirada por la borda
y su alma
frenética como un enjambre
de avispas
psicópatas.
Al final, todos
los sueños acaban en el camión de la basura,
con la melodía de
la ciudad nocturna
robándole
pensamientos a su memoria
y esparciéndolos
bajo los neones.
De ella hace casi
un siglo ya
y en el Centro del
Universo de sus labios
aún se lamentan
los besos no dados.
¿Quién sabe nada
con catorce años
si hasta los
sabios enseñan
que veinte no son
más que un parpadeo?
Juanma - 16 -
Marzo - 2016
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