Salgo al mundo y me tropiezo; no puedo ver los surcos, no debo contemplar las piedras, no quiero mirar mis huellas... Es preferible que me apoye en el quitamiedos de alguna carretera y aguarde a que
pase dios, o alguno de sus ángeles, para pedirle un poco de tierra, y agua para regarla, donde plantar el vestigio de mi pasado, junto a las ortigas y las zarzas, allí donde el implacable sol se compadece de los inocentes girasoles que un día le miraron a la cara sin saber que morirían demasiado pronto, sucios de polvo y olvido.
Estoy en la carretera, en una cualquiera, creyendo que es el mar y no el asfalto lo que se derrite bajo mis pies descalzos.
No hay taburetes donde sentarse a ver los espejos del futuro. Regresa a mis ojos el desgarro del día, inquebrantable crepúsculo, engullido por la oscuridad.
Retrocedo hasta la última
línea del infinito, allí donde aún alcanzo a ver tus uñas arañando mi espalda y tengo suficientes motivos para pensar en blanco.
Porque lo contrario, pensar en negro, es una locura diferente y la carne de los secretos y los misterios y sus conjeturas señalan hacia el horizonte, donde no habita nadie
y mi destino es tu mirada.
Juanma - 7 - Junio - 2016
No hay comentarios:
Publicar un comentario