PRÓLOGO
Según reza la Teoría de las Cuerdas, hay infinitas vidas que en este mismo momento podríamos estar viviendo en otra parte...
Sonia acaba de cumplir veintisiete años. Como
los del club de los inmortales: el chamán Jim, el eléctrico Jimi, la desgarradora Janis, el melancólico Kurt o la indomable Amy, ya
sabéis. Estrellas incandescentes que aún rompen lanzas en el cielo y consiguen que los
altavoces se corran con sus rebeldes demonios de soul o rocanrol danzando dentro. Ya tiene veintisiete, pero con el nostálgico encanto de los anti héroes desarraigados
que habitan en todos los sitios pero no pertenecen demasiado a ninguna parte, tirando a bastante guapa si no se maquilla demasiado, con un tic que le revuelve con gracia el párpado
izquierdo, cinco libros fetiche que se sabe de memoria, hoyuelos de duendecilla traviesa capaces de camuflar maravillosamente la tristeza y una motocicleta antigua con la que rasca el asfalto todas las noches que el insomnio la desvela. La norma principal siempre
es que, a más velocidad, menos perspectiva. Y a menos perspectiva, menos
recuerdos rondando por callejones de la mente que no deben. Aunque ya es un poco suicida de por si, y los suicidas nunca tienen perspectiva, le gusta acelerar, cerrar los ojos y llenarse de silencio y ruido al mismo tiempo. Sonia es hedonista cuando las cosas van bien, irónica cuando se ponen feas, noctámbula con un despertar malhumorado y enrevesada si piensa más de la cuenta. Ah, también dulce y encantadora si no hay casi nadie mirando, la reina de la sensualidad en la sala de cine
de su mente, muda al cambiar de ciudad y abocada al desencanto si el tiempo
se le escurre entre los dedos. No es Jim, no es Jimi, no es Janis, no es Kurt ni la mágica Amy. Es una don Nadie que bebe y suspira más que sueña los fines de semana, que vive al límite por pura costumbre y que se larga a desayunar al McAuto las
madrugadas de verano en las que la mierda del bochorno no permite pegar ojo.
Pero una don Nadie nunca es del todo una don Nadie si tenemos en cuenta que cada vía de tren esconde un
cofre del tesoro al otro lado. Schrödinger lo definiría mejor que yo al decir que antes de abrir la caja es imposible saber si el gato está dentro.
Continuará...
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