
Mucha gente se suicida de vértigo.
La gente cae de los balcones, se precipita hacia el suelo,
dispara contra sí misma o contra los otros. El vértigo no se parece
tanto como uno creería a la locura. Por desgracia. Pero está lleno de
pánico.
A veces, incluso, tenemos vértigo ajeno. Y cuando más alto
estamos, o cuanto más cerca estamos de algo insondablemente profundo,
más vértigo nos posee y atenaza.
Y entonces damos vueltas en círculo. Nos tiemblan las
rodillas, se nos humedecen las palmas de las manos, se nos seca la boca. El corazón se nos
quiere salir por la garganta y escapar de la prisión de nuestro
pecho... y las pupilas se transforman en enormes y oscuros pozos sin
fondo.
Uno puede caer. O no. Depende de cómo de fuerte y resistente
sea el pasamanos al que nos aferramos o de que tengamos cerca ese
abrazo que tanto anhelamos siempre. Depende de si tenemos un
escondite donde ocultar el miedo, que equilibre nuestros propios oídos y
que haga pasar el mareo.
El vértigo puede ser una enfermedad incurable. Pero también puede
ser un mágico túnel secreto. Dicen que quienes lo atraviesan, casi siempre, en
lugar de romperse las alas, aprenden a volar...
Juanma - 20 - 6 - 2012
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