En la literatura resulta sencillo: éste es el príncipe, éste el villano. En
la realidad, princesa, suele ser bastante diferente...
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Supongamos que existe este tipo-príncipe, con sus canciones, su
conversación, sus ojos y su profunda melancolía. Supón que tiene manos
de consuelo y dedos de descubrimiento. Supón que, además, un día fue a
la guerra. Y que no se conformó con la violencia, sino que aprendió
gracias a ella el precio de la paz. ¿No lo llevarías a tu casa, para
ofrecerle cuentos y besos, en la nunca tan alta torre de tu reino en el
centro del universo de tu alma?
Y al otro día, princesa, ¿no despertarías ebria de alegría, y muerta de miedo al mismo tiempo? ¿No te has encontrado, princesa,
recibiendo aliento de una boca ajena antes de descubrir que el héroe
boicotea su propia felicidad? ¿Y cuántas veces en la página del libro
encontraste un manchón oscuro o un vacío donde antes había un
protagonista y una promesa?
¿Y qué hacer, princesa? ¿Seguir besando sapos por si se
convierten en príncipes? ¿Seguir vigilando las fronteras de los
pantanos y los caminos de los bosques?
Yo me declaro incompetente. Y además me declaro impaciente,
impotente, insolente e inocente. Declaro que mi radar siempre ha estado
descompensado y desorientado y que, cuando en busca de un dragón
camuflado o una princesa de cuento de hadas he encontrado una mujer
real, ésa que era sólo para mí con todos sus defectos y virtudes, no he
sabido verla. Me declaro tan inhábil como demente. Me declaro
culpable. Me declaro perplejo de una vez y para siempre.
Y a esas princesas hermosas y esos príncipes valientes o
azules, esos personajes de utopía y cuentos de hadas que nos vendieron
en la cama desde pequeños en las oscuras noches de tormenta, los
declaro muertos e inexistentes...
Así que, cuando despierte de mi hechizo, seguiré buscando princesas de carne y hueso...
Juanma - 17 - Enero - 2013
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