lunes, 3 de julio de 2017

PÁGINA EN BLANCO

Tienes que tratar de conmoverlos en una sola página y en quince minutos ¿Solo una? Sí. ¿Pero a quién? ¿Quiénes son aquellos a los que tengo que emocionar? A todos y a nadie al mismo tiempo. A los únicos. ¿Los únicos? Sí, los únicos que existen en el mundo: los que te miran por la rendija de la puerta, esos que susurran a tus espaldas cuando creen que no los oyes, los que te ponen la bala en la sien y hacen desaparecer la pistola, los que se ríen demasiado alto de sus propios chistes porque no soportan su propia voz. Los que miran de reojo tus cuadernos y se ríen de tus últimos poemas. Igual que se rieron antes de los primeros. No hace falta que los señale con el dedo, sabes perfectamente quiénes son. Ellos dictan las leyes, teclean los titulares, adelantan o retrasan los relojes, distorsionan la realidad y conducen el autobús del mundo. Te observan a todas horas, en las plazas y en los bares, en las bibliotecas y en los parques, en la intimidad de tu habitación y en el vasto océano de Internet; pero no les importas lo suficiente como para ayudarte si algún día te ven caer. No tienen nombre. No les hace falta tener nombre. ¿Y a ellos tengo que conseguir sacarles un puñado de lágrimas en unas cuantas frases? Sí, a ellos. Tú te lo has buscado, desde hace mucho tiempo. No puedes negarte. Ni debes. De todos modos, no es necesario que lloren. Pero busca sus fluidos. Haz que suden con cada palabra, que escupan su odio, que babeen con sus sonrisas torcidas y arcaicas, que se corran bajo sus trajes y vestidos, que aúllen a sus lunas de mentira. ¿Y si la historia no les gusta? Eso es lo de menos, tan solo es una página. Estoy convencido de que no saben que el otoño huele totalmente distinto a la primavera, o que hay caminos de baldosas amarillas que jamás recorrerán. ¿Y cómo puedo escribir así, si ni siquiera sé lo que quieren? Muy sencillo; escribiendo primero una palabra, luego otra y después, una más. Y así sucesivamente hasta que acabes tu puto folio. Solo tienes una página en blanco, un puñado de pensamientos y doce minutos. Tú sabrás lo que deseas contar. Y aunque no lo creas, sabes de sobra lo que quieren. No hay más explicaciones. ¿Me puedes dar algún consejo? No he hecho otra cosa desde que estamos hablando. Y no es necesario, a ellos les da igual el color de la tinta o el formato de las palabras. Tan solo quieren carnaza. Prefieren un charco de mierda envuelto en un lacito que una bella flor en medio del desierto. Solo carnaza, solo verborrea… Escuchándote parece fácil, pero creo que no valgo para esa página. Noto cómo las ideas se me van enredando como patas de araña, como una sopa de letras con demasiadas consonantes. Tú sabrás, pero ya han pasado cinco minutos, es un tercio del tiempo, y no tienes nada. En cambio, ellos tienen cada vez más sed, más hambre y tú ni una mísera línea. ¿Acaso no has escrito desde siempre para su sed, para su hambre? No quieren caviar, les basta con una jodida hamburguesa chorreando ketchup. Una función apta para todos los públicos, barata y que salga decente en las fotos. Dime, ¿cuánto tiempo estarías dispuesto a hacer cola por unas deliciosas patatas fritas rezumantes de aceite industrial? ¿Más de quince minutos? Te apuesto lo que quieras a que no. Hay algo que nunca falla: un poco de épica heroica aderezada de unas gotas de desencanto posmoderno, historias de autoayuda y fitness, orgasmos con eyaculación fuera de plano en postales multiculturales, aventuras y desventuras en tres dimensiones con moralejas pacifistas. Dices que se te enredan las ideas… Menos mal que es una maldita página y no una puta novela. Deja de lloriquear y escribe una condenada historia de cinco o seis párrafos. Si cualquier presentador de telediario del tres al cuarto puede y se le caen los billetes del bolsillo, seguro que tú también. Complácelos, mira cómo se les inyectan los ojos en sangre, cómo arquean su espalda, cómo se les humedecen los labios…No puedo, de verdad que no puedo. Sé que se van a reír. ¿Y cómo no se van a reír? Son hienas, no lo olvides. Que se rían, que se carcajeen. ¿Y qué si lo hacen? Pero sigamos con lo nuestro, que el tiempo vuela y tú… Tachón, tic-tac, tachón. Eres consciente de que ni siquiera te están mirando fracasar, ¿verdad? Tu caída les da igual. Solamente quieren amputarte las manos y arrancarte la lengua. Como vampiros sedientos, lamerán tu charco de sangre y se quedarán con algún bonito recuerdo; tal vez el reloj o un jirón de tu camiseta. Cinco minutos, solo te quedan cinco jodidos minutos. ¿Sabes una cosa? Quizá sea mejor que cojas esa página en blanco, te la metas en la boca, la mastiques hasta que el papel se mezcle con tu saliva y se convierta en una bola que, con un poco de suerte, te ahogue. Pero como eso no va a pasar, haz el favor de empezar de una puta vez a escribir como si no hubiera mañana y nadie te estuviese mirando...


Juanma - 3 - Julio - 2017

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