Tienes que tratar de
conmoverlos en una sola página y en quince minutos ¿Solo una? Sí. ¿Pero a
quién? ¿Quiénes son aquellos a los que tengo que emocionar? A todos y a nadie
al mismo tiempo. A los únicos. ¿Los únicos? Sí, los únicos que existen en el
mundo: los que te miran por la rendija de la puerta, esos que susurran a tus
espaldas cuando creen que no los oyes, los que te ponen la bala en la sien y
hacen desaparecer la pistola, los que se ríen demasiado alto de sus propios
chistes porque no soportan su propia voz. Los que miran de reojo tus cuadernos
y se ríen de tus últimos poemas. Igual que se rieron antes de los primeros. No
hace falta que los señale con el dedo, sabes perfectamente quiénes son. Ellos
dictan las leyes, teclean los titulares, adelantan o retrasan los relojes,
distorsionan la realidad y conducen el autobús del mundo. Te observan a todas
horas, en las plazas y en los bares, en las bibliotecas y en los parques, en la
intimidad de tu habitación y en el vasto océano de Internet; pero no les importas
lo suficiente como para ayudarte si algún día te ven caer. No tienen nombre. No
les hace falta tener nombre. ¿Y a ellos tengo que conseguir sacarles un puñado
de lágrimas en unas cuantas frases? Sí, a ellos. Tú te lo has buscado, desde
hace mucho tiempo. No puedes negarte. Ni debes. De todos modos, no es necesario
que lloren. Pero busca sus fluidos. Haz que suden con cada palabra, que escupan
su odio, que babeen con sus sonrisas torcidas y arcaicas, que se corran bajo
sus trajes y vestidos, que aúllen a sus lunas de mentira. ¿Y si la historia no
les gusta? Eso es lo de menos, tan solo es una página. Estoy convencido de que
no saben que el otoño huele totalmente distinto a la primavera, o que hay
caminos de baldosas amarillas que jamás recorrerán. ¿Y cómo puedo escribir así,
si ni siquiera sé lo que quieren? Muy sencillo; escribiendo primero una
palabra, luego otra y después, una más. Y así sucesivamente hasta que acabes tu
puto folio. Solo tienes una página en blanco, un puñado de pensamientos y doce
minutos. Tú sabrás lo que deseas contar. Y aunque no lo creas, sabes de sobra
lo que quieren. No hay más explicaciones. ¿Me puedes dar algún consejo? No he
hecho otra cosa desde que estamos hablando. Y no es necesario, a ellos les da
igual el color de la tinta o el formato de las palabras. Tan solo quieren
carnaza. Prefieren un charco de mierda envuelto en un lacito que una bella flor
en medio del desierto. Solo carnaza, solo verborrea… Escuchándote parece fácil,
pero creo que no valgo para esa página. Noto cómo las ideas se me van enredando
como patas de araña, como una sopa de letras con demasiadas consonantes. Tú
sabrás, pero ya han pasado cinco minutos, es un tercio del tiempo, y no tienes
nada. En cambio, ellos tienen cada vez más sed, más hambre y tú ni una mísera
línea. ¿Acaso no has escrito desde siempre para su sed, para su hambre? No
quieren caviar, les basta con una jodida hamburguesa chorreando ketchup. Una
función apta para todos los públicos, barata y que salga decente en las fotos.
Dime, ¿cuánto tiempo estarías dispuesto a hacer cola por unas deliciosas
patatas fritas rezumantes de aceite industrial? ¿Más de quince minutos? Te
apuesto lo que quieras a que no. Hay algo que nunca falla: un poco de épica
heroica aderezada de unas gotas de desencanto posmoderno, historias de
autoayuda y fitness, orgasmos con eyaculación fuera de plano en postales
multiculturales, aventuras y desventuras en tres dimensiones con moralejas
pacifistas. Dices que se te enredan las ideas… Menos mal que es una maldita
página y no una puta novela. Deja de lloriquear y escribe una condenada
historia de cinco o seis párrafos. Si cualquier presentador de telediario del
tres al cuarto puede y se le caen los billetes del bolsillo, seguro que tú
también. Complácelos, mira cómo se les inyectan los ojos en sangre, cómo
arquean su espalda, cómo se les humedecen los labios…No puedo, de verdad que no
puedo. Sé que se van a reír. ¿Y cómo no se van a reír? Son hienas, no lo
olvides. Que se rían, que se carcajeen. ¿Y qué si lo hacen? Pero sigamos con lo
nuestro, que el tiempo vuela y tú… Tachón, tic-tac, tachón. Eres consciente de
que ni siquiera te están mirando fracasar, ¿verdad? Tu caída les da igual. Solamente
quieren amputarte las manos y arrancarte la lengua. Como vampiros sedientos,
lamerán tu charco de sangre y se quedarán con algún bonito recuerdo; tal vez el
reloj o un jirón de tu camiseta. Cinco minutos, solo te quedan cinco jodidos
minutos. ¿Sabes una cosa? Quizá sea mejor que cojas esa página en blanco, te la
metas en la boca, la mastiques hasta que el papel se mezcle con tu saliva y se
convierta en una bola que, con un poco de suerte, te ahogue. Pero como eso no
va a pasar, haz el favor de empezar de una puta vez a escribir como si no
hubiera mañana y nadie te estuviese mirando...
Juanma - 3 - Julio - 2017
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