
El libro de los sueños requería ser tratado con cuidado para que no se estropeara; y a fe que lo consiguió pues le duró toda la infancia, resistió dos terremotos, varios huracanes, una dictadura, la separación de sus padres y consiguió llegar en buen uso hasta las primeras incursiones eróticas de su adolescencia. Nada más y nada menos. Después de aquello, el paso implacable del tiempo hizo también mella en él; el riesgo estaba ahora en el deterioro de las tapas y el papel, en el desgaste de las letras, en el olvido de los bordes y las palabras. Pero ella era demasiado soñadora para abandonarlo. Y desobediente como era su naturaleza, lo siguió abriendo todas y cada una de las noches de su vida, aun cuando se aceleró de manera vertiginosa la producción y cosecha de pesadillas.
Hay quien afirma que nunca tuvo demasiado sentido del ridículo. Y puede que estén incluso en lo cierto. Algunos días ella misma se avergüenza un poco de ello; aunque sólo un poco. Y en una caja de madera de boj, dentro de aquel fantástico baúl de su abuelo, aún sigue guardando a escondidas su libro de los sueños. Aunque ahora ya sólo se abra a ratos, a destiempo y mal. Aunque se ponga a regalar pequeñas esperanzas e ilusiones sin que nadie las lea, y se empeñe en darle profundos zarpazos a la realidad. Aunque ya no conserve apenas un ápice de color y nadie, ni siquiera ella, sepa cómo hacerlo rejuvenecer. Aunque los engranajes ocultos entre sus páginas a veces chirrien y le dañen los oídos, los ojos, el alma y el corazón.
Hay quien afirma que nunca tuvo demasiado sentido del ridículo. Y puede que estén incluso en lo cierto. Algunos días ella misma se avergüenza un poco de ello; aunque sólo un poco. Y en una caja de madera de boj, dentro de aquel fantástico baúl de su abuelo, aún sigue guardando a escondidas su libro de los sueños. Aunque ahora ya sólo se abra a ratos, a destiempo y mal. Aunque se ponga a regalar pequeñas esperanzas e ilusiones sin que nadie las lea, y se empeñe en darle profundos zarpazos a la realidad. Aunque ya no conserve apenas un ápice de color y nadie, ni siquiera ella, sepa cómo hacerlo rejuvenecer. Aunque los engranajes ocultos entre sus páginas a veces chirrien y le dañen los oídos, los ojos, el alma y el corazón.
Pero al caer la noche ella vuelve a abrir su libro de los sueños y se lanza leyendo desde el balcón; de cuento en cuento, de sueño en sueño, de abismo en abismo, aprendiendo a volar...
Juanma - 6 - Agosto - 2014
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