Anochece. El crepúsculo baila agarrado a la cintura del mundo. Apenas una esquirla de luna en el cielo. Miríadas de estrellas en el firmamento. La noche se deshoja en horas de madrugada. El día ha sido demasiado largo; un extraño hibrido entre interminable y eterno. Entre sábanas deshechas y arrugadas, dos cuerpos giran alrededor del mundo onírico de los sueños.

Aarón en cambio, es lecho y cauce de una inquieta pesadilla. Estela lo ignora, pero algunas noches en el subconsciente de él entran en erupción volcanes que escupen océanos de lava. De ellos surgen torrentes de sueños decapitados por alguna tragedia humana. Despierta entre jadeos. Sudoroso y frío se mira el dorso de las manos, mira a su alrededor, mira a Estela. En un parpadeo fugaz de sus ojos, su mirada se detiene en el espejo que hay en la pared frente a la cama, y el reflejo le devuelve la imagen de un ser compungido, atormentado y abatido. Toma conciencia, aunque no se extraña, del mal aspecto que presenta; pálido, marchito, casi cadavérico. Se levanta aunque aún faltan algunas horas para el despuntar del alba. Antes de salir de la habitación se vuelve para mirar a Estela; parece dormir apaciblemente. La contempla con cariño y ternura, con un esplendor que ensancha más y más las grietas de su corazón. Algo extraño está sucediendo en su interior, pero tan sólo es capaz de atisbar el breve esbozo de una intuición. Sabe que algún fuego arde en sus entrañas, pero ignora qué lo ha provocado. Quiere tocarla, acariciarla, saborear la miel de sus labios. Hace tanto tiempo que ya no se besan que pareciera que se hallaran en una estación invernal sempiterna. ¡La ama tanto que respeta su silencio y su distancia! La deja dormir, que siga descansando, reposando en esa esfera placentera de los sueños. Le encanta verla dormir. Podría pasarse una eternidad tras otra contemplándola así. "Parece un ángel, un ángel arco iris que se posó en mi hombro en el ayer", se oye decir para sus adentros.
En la cocina prepara un té. No soporta ese silencio sofocante que ahoga la casa de madrugada, tan sólo roto y ahuyentado a intervalos por el tenue y lejano susurro de las olas. Necesita oír la voz de Estela tanto como el oxígeno. Por un fugaz instante piensa en despertarla, pero finalmente decide que no; es mejor dejarla así, en esas fantasías efímeras que debe estar erigiendo en su mente. Después de tomarse el té, enciende un cigarro en el balcón de la casa. Inhala el humo y después lo despliega en espiral en torno a sus pensamientos: "Estela está tan lejos... Tan cerca y tan lejos... En esa habitación de ahí al lado y, al mismo tiempo, en alguna recóndita dimensión desconocida... Tan lejos que toda mi fuerza de amarla no es capaz de acercarla... Ya no quedan en ella palabras de amor, ya no orbíta en torno a su aura aquella mirada cómplice de cuando nos conocimos... ¡Ay, como perdura en mí su recuerdo cual brasa encendida! Aquella playa escondida, nuestros cuerpos danzando al son de la marea, nuestro encuentro, la luz incandescente que iluminó nuestros ojos cuando nos descubrimos como tesoros perdidos y el inadvertido y simple hecho de las palabras del silencio nos hizo emerger en una historia de amor y pasión como de las páginas de un cuento de hermosas princesas y apuestos caballeros. Ahora nos hemos vuelto como este frío invernal, de su mismo material gélido y glacial, como si un metal frío se hubiera instalado en nuestra sangre y corriera por nuestras venas de hielo. Tanta es nuestra lejanía en la distancia que los tambores del adiós parecen resonar en cada hueco de cada estancia, en cada rincón, tras las desconchadas paredes. Me envuelven en una atmósfera pesada en la que es imposible vivir y respirar".
Se siente abatido. Desde el balcón contempla el mar. El mismo mar que un día los unió y ahora los separa. Regala las últimas horas de la madrugada a contemplar la nada. Pasan los minutos y las horas en un fugaz instante tan breve como la eternidad. Al fin una luz majestuosa y bella comienza a hacer acto de presencia en la delgada línea del horizonte vistiendo la oscuridad de la bóveda celeste de un malva-anaranjado. Huele a humedad. Se aproxima lluvia. Una lluvia que arrancará la irrealidad que aún parece permanecer en letargo. "Hoy lloverá; lloverán cenizas sobre mí... La mar en calma... Mi cuerpo desnudo, su cuerpo desnudo... Aquella playa escondida... Hace tanto tiempo... Sí, volver a bañarnos a esa hora dormida en que no hay nadie despierto en el universo de los vivos... Nuestro sueño era esta casa en la playa solitaria, pero ahora la misma soledad se ha instalado como un eco bajo su techo... Se hace de día y yo aquí ronroneando miserias en mi mente..."
Con cierta nostalgia que se enhebra como hilo negro en su interior, Aarón deja la terraza y vuelve con temor taciturno a la alcoba. Se sienta junto a Estela, tan suave y levemente como el roce de una pluma. No quiere interrumpir de forma brusca su sueño. Un sueño que quizás sea hermoso, o embriagador... o tal vez mágico:
-Estela... -le canta con ternura con voz apenas audible varias veces al oído.
Ella continúa durmiendo. La sonrisa de su rostro sugiere ese sueño plácido que él pensaba. Se aleja de la cama y se sienta en su escritorio. Saca un papel en blanco y una pluma. Cierra los ojos y suspira. Quiere escribir unas palabras de despedida para Estela. Pero hace mucho que no escribe. Está acostumbrado a inventar millones de frases, párrafos y capítulos, pero lleva demasiado tiempo sin enfrentarse al desafío de una hoja en blanco. Y además esta página inmaculada es especial para ella. Ha de escribir algo adecuado, algo digno... no de él; digno de ella. ¿De verdad una despedida? Sí, ha decidido despedirse de ella. Y de esta vida hueca; tan opaca, tan monótona, tan vacía...
"Querida Estela...
"Me estremezco como una brizna de hierba azotada por un huracán al escribirte estas palabras. He tropezado cientos de veces en la vida. Con la misma piedra, y con otras mil distintas. Y pese al hastío que he sentido tantas veces por ella, la brisa de tu amor y el fuego de tu pasión me mantenían unido con un invisible cordón umbilical a la existencia. Pero esta neblina gris de ahora que no levanta y gira y gira alrededor de mi cabeza es más de lo que puedo soportar. Más incluso que tu distancia y tu silencio; los cuales son parte atemporal en algún momento de todas nuestras vidas de las leyes inquebrantables que rigen el universo. Estoy en ese paso ineludible donde el viento del tiempo con su violencia y celeridad te arrastra hacia otros lares, otras sendas. Tal vez la muerte. ¡Sí, la muerte! ¿Sabes qué significa? No es nada más que soltar amarras y dejar atrás el lastre de la vida y empezar otra vez de nuevo. En otro universo. En algún mundo nuevo...
"Tal vez debería despertarte. Pero la duda y la incertidumbre me aconsejan dejarte dormir para que me dejes ir. Sé que me has amado mucho. Que en cierto modo y a tu manera peculiar de hacer y sentir las cosas, aún me amas. Pero sé que mi ausencia no originará ningún conflicto en tu vida. Recorrerás tu camino, y también algún tramo de algunos senderos de otros, como mujer valiente y decidida; valiente y especial; valiente y única. Uno tiende a preguntarse por todo lo que ha sucedido... y también por aquello que no ha pasado. A veces no ha fallado ni se ha roto nada. Quizás es que a veces son muchas las falsas expectativas y promesas de mañana y por siempre jamás que nos hacemos. Y al final terminamos caminando por el borde de un precipicio o junto a los acantilados de un abismo. Y un vacío se instala dentro de ti. En los huecos de tu alma, en las cavernas del corazón. Es un pozo de lodo que te observa, que te examina, que te toca; hasta que al final te despedaza...
"Adiós amada mía, mi querida Estela..."
Aarón abre el cajón de su escritorio y saca un pequeño recipiente de cristal. Dentro hay pastillas de colores. Quita el tapón y las traga todas. A continuación deja la carta en el regazo de Estela y le da un breve beso en los labios antes de tenderse en la cama a su lado, junto a ella. Teme que despierte justo ahora. Pero tras unos instantes comprueba que sigue dulcemente dormida. La abraza con ternura, cierra los ojos y deja que la oscuridad pronuncie sus silenciosas palabras de bienvenida...

Las horas se suceden una tras otra en la playa, entrando por el balcón, merodeando por la habitación. El día pasa y la noche vuelve a alargar sus tentáculos de oscuridad hacia el mundo. Ninguno de los dos se ha movido de la cama. Siguen en la misma posición en que les sorprendió la luz de la mañana. Aarón se quedó dormido para siempre. Estela no volvió a despertar nunca más. Hastiados del mundo y sus sinsabores, pero nunca de ellos mismos, decidieron buscarse quizás en otra vida más allá de la muerte. Sin el uno contarle nada al otro, ambos habían tenido la misma idea. Aarón no había notado que faltaban algunas pastillas del pequeño recipiente. Las que había tomado Estela antes de irse a dormir, y gracias a las cuales no despertaba y parecía dormir tan plácidamente.
Antes de morir, el último pensamiento de cada uno había sido para el otro. Estela no leyó la carta de Aarón. Nadie sabe si él se la pudo leer, o le pudo escribir otras palabras de amor, allá en algún otro lugar. Lo que si se contará durante muchas generaciones es que abrazados el uno al otro, decidieron, sin saberlo, salir juntos al paso de la eternidad...
Juanma - 20 - Agosto - 2014
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