viernes, 26 de octubre de 2018

VIAJE ENTRE LAS RUINAS Y FANTASMAS DE BELCHITE

Belchite, martes 24 de julio de 2018

     Son las 22:00 horas cuando se abre el portón de madera situado en el Arco de la Villa, actualmente la única entrada al pueblo, y en un silencio casi sepulcral accedemos al interior una decena de personas. Hasta hace pocos años los visitantes podían entrar por cualquier punto y caminar a sus anchas entre las ruinas, pero debido a los saqueos y actos de vandalismo producidos, y también en prevención de posibles accidentes, el ayuntamiento decidió vallar el pueblo en su totalidad y tapiar la entrada. Tras la restauración de algunos edificios, la completa rehabilitación del Arco de la Villa y la instalación en ella de los servicios de recepción e información turística, se decidió poner en marcha un servicio de visitas guiadas para los turistas: una diurna a las 12:00 del mediodía donde se explica la historia del pueblo y, sobre todo, los sucesos de la famosa batalla de Belchite acaecida entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre de 1937 en el transcurso de la Guerra Civil, y donde murieron cerca de 6.000 personas entre soldados de ambos bandos y habitantes del pueblo; y otra excursión nocturna a las 22:00 más centrada en los diferentes sucesos paranormales acontecidos entre sus calles y en algunos de sus edificios e iglesias más emblemáticos.
     Habíamos llegado sobre las 19:00 de la tarde y antes de ir a nuestro hotel situado en el nuevo Belchite, a solo unos metros del pueblo viejo, decidimos echar un primer vistazo a las ruinas desde el exterior. Ya al acercarte al lugar se nota en el ambiente una sensación extraña. Hay un silencio inquietante, una calma tensa, donde no se escucha ningún sonido, salvo nuestras pisadas sobre las piedras del camino, ni se ve animal o pájaro alguno en los alrededores o sobrevolando el lugar. Incluso desde fuera el sitio impresiona: la desolación de los edificios derribados, los restos de sus muros, columnas y torres que aún se recortan en el horizonte como viejas osamentas fruto de la barbarie humana de la que antaño fueron testigos, y hoy narradores silenciosos. Pero esa primera impresión fue tan solo un aperitivo de lo que nos íbamos a encontrar cuando 3 horas más tarde cruzábamos el umbral de la puerta del Arco tras Carlota, la que iba a ser nuestra guía en aquella ruta nocturna.
     Justo tras la arcada se extendía ante nosotros la Calle Mayor, una larga travesía que se perdía en la distancia. A izquierda y derecha, casas en ruinas y llenas de escombros pero que, gracias a ser de mejor construcción, junto al hecho de que se apoyen en el sólido Arco de La Villa, son las únicas casas de esa zona que aún conservan la fachada y se mantienen en pie en la actualidad. Según avanza la calle, las casas van estando en peor estado hasta que de las últimas no se conserva prácticamente nada. Está anocheciendo y esa primera imagen casi espectral, junto al silencio y una luna casi llena iluminando las ruinas, queda grabada en mi retina. Todo el mundo que lo ha visitado comenta que siente algo raro al entrar en Belchite, y supongo que esas sensaciones serán más intensas cuanto más sensible sea la persona, habiendo gente que ha tenido incluso que dejar la visita e irse debido a la angustia que el lugar les provocaba. No es que tuviera yo una impresión tan desagradable, pero lo cierto es que parece que allí haya una frontera, un umbral que al ser cruzado te transporta a otro sitio… u otro tiempo. Se nota, casi puede palparse, una energía extraña, diferente a la que puede experimentarse tan solo unos metros más atrás. Cada persona tiene sensaciones diferentes y, en mi caso, no sé si podré ser capaz de expresar con palabras lo que allí sentí porque son emociones propias y, en el ambiente agónico de aquel entorno, no puedo afirmar que sean del todo objetivas. Pero sí es cierto que una energía especial, como una densa niebla, se nota nada más llegar, y yo no la percibí, al menos en aquellos primeros metros, como inquietante o peligrosa, sino más bien como una impregnación de tristeza y desazón, como si entre aquellos muros hubiera quedado atrapado todo el sufrimiento y dolor de sus habitantes y aún reverberaran los ecos de tanta desolación.
     Mientras avanzábamos por la calle y Carlota nos preguntaba por las razones que nos habían llevado a querer conocer Belchite de noche y nos iba empezando a narrar anécdotas de las visitas de Cuarto Milenio y otros programas de investigación, los restos del pueblo se levantaban a nuestro alrededor como esqueletos decrépitos saludando a la noche. La presencia de la luna casi llena nos vino bien, pues hizo que pudiéramos caminar sin llevar todo el rato las linternas encendidas, que eran un excelente reclamo para una legión de mosquitos que, pese a todo, nos dejaron huella para varios días.
     Continuamos nuestra ruta sin parar de hacer fotos a diestro y siniestro, esperando encontrarnos después con alguna “sorpresa” al revisarlas. Nuestra siguiente parada fue en la confluencia de las calles Mayor y Sagasta. En la casa que había situada justo en dicha esquina vivían dos hermanas solteras, Paulina y Antonia. Un cañonazo derribó parte de la casa y murieron en el interior. Hoy tan solo quedan unos cuantos ladrillos como recuerdo de la vivienda. Aquí nos detuvimos, como decía, pues Carlota quería contarnos unas cuantas anécdotas relacionadas con las hermanas. Una noche, tres décadas atrás, durante el rodaje de la película "Las aventuras del barón Munchausen" de Terry Gilliam, uno de los moembros de los Monty Phyton, y que se filmó casi por completo en la localidad aragonesa, un vigilante de seguridad al acercarse a dicha esquina vio a dos señoras que caminaban por allí. Las llamó, aunque no le hicieron ningún caso. Entonces decidió seguirlas calle abajo hasta el Convento de San Agustín, donde al parecer se dirigían. Cuando llegó allí vio a su compañero, que se encontraba en aquella otra zona vigilando, y al preguntarle por las dos señoras que caminaban en su dirección este respondió diciendo que llevaba bastante tiempo sin moverse de allí y no había visto venir ni pasar a nadie. No volvieron a ver a dichas señoras en toda la noche, pese a que buscaron y miraron por todo el pueblo. Tiempo después, un pintor que visitó las ruinas y decidió plasmar algunas imágenes del pueblo en sus lienzos, realizó uno justo sobre las ruinas de la casa de las hermanas. Delante de la fachada dibujó a dos señoras. Cuando más adelante le preguntaron por qué había pintado a esas dos mujeres o si conocía algo de la historia de aquella casa respondió que no, pero que al encontrarse mirando hacia ese lugar tuvo una visión de esas dos señoras delante de la casa y sintió como que algo le empujaba a pintar ese cuadro. Carlota nos enseñó una fotografía del retrato que tenía en su teléfono, pero, aunque he buscado por todo internet, e incluso solicité a la oficina de turismo de Belchite si podían facilitarme una copia o darme información sobre dónde conseguirla, no lo he logrado. Antes de seguir adelante, otro apunte sobre el rodaje de “Las aventuras del barón Munchausen”: durante todo el rodaje no pararon de suceder fenómenos extraños; partes del decorado que desaparecían o aparecían caídas o cambiadas de sitio, extrañas luces que surgían de la nada en la noche, apariciones fantasmales… Varios miembros del equipo, y el propio Terry Gilliam, fueron testigos de ello.
     Tras dejar atrás la casa de Antonia y Paulina, no sin antes volverme para echar unas cuantas fotografías del lugar con la esperanza de que las dos mujeres quisieran dar fe de la veracidad de la historia apareciendo en alguna de ellas, seguimos el camino por la Calle Mayor. Nuestra siguiente parada fue “El Trujal”, antiguamente una especie de molino donde había una prensa para exprimir la cosecha de aceituna y obtener así el aceite. En el pozo donde se guardaba el preciado líquido, durante la batalla de 1937 fueron arrojados al pozo más de cien cuerpos haciendo del lugar una macabra fosa común. Se cuenta que eran soldados nacionales quienes fueron enterrados allí por el bando republicano, pero según recordaban algunos testigos, allí se arrojaron soldados de ambos frentes y también niños y habitantes del pueblo, muchos de ellos aún vivos y malheridos que sufrirían una larga agonía hacinados hasta el momento de su muerte. En el lugar hizo Franco después de la guerra un monumento a los Caídos (de su bando) y un mausoleo donde se grabaron los nombres de algunos de los militares más importantes o de las personas más pudientes del pueblo que allí perecieron. Y, desde entonces, es aquel uno de los lugares más inquietantes y donde han sucedido algunos de los sucesos más extraños. Allí se centró parte de un especial del programa de misterio “Cuarto Milenio” donde el investigador Iker Jiménez y su equipo se dieron de bruces con fenómenos paranormales. Una colaboradora habitual del programa, la médium y parapsicóloga Paloma Navarrete, se resistió a entrar en el recinto, cosa que nunca había hecho antes en ningún otro lugar durante todos sus años de profesional. Explicaba que la energía que había allí dentro era terrible, que olía a sangre y pólvora, que los escalones del suelo estaban llenos de cadáveres y que algunas presencias querían echarla de allí. Mientras nos contaba esto, Carlota nos animaba a dejar nuestros teléfonos y grabadoras en una piedra junto al trujal para ver si captaban algo, puesto que en ese mismo lugar se han grabado psicofonías de un niño gritando. También nos explicaba que aquello sería posible siempre que los aparatos no dejasen de funcionar, ya que hay allí un fuerte campo electromagnético que impide que estos funcionen con normalidad. Ya sea como consecuencia de ese campo electromagnético u otras razones inexplicables o paranormales, lo cierto es que a más de uno de los presentes se les descargó toda la batería de sus cámaras digitales, teniéndola cargada al máximo solo unos minutos antes, y a mí dejó de funcionarme el flash de mi smartphone, volviendo a hacerlo sin problemas nada más salir del inquietante lugar.
     De ahí seguimos nuestro recorrido hasta llegar a la Plaza Vieja, donde volvemos a detenernos. Allí hay otros 3 lugares de interés: la casa de “la Domi”, la Torre del Reloj y una gran Cruz de Hierro. La casa de “la Domi”, que se encuentra en la esquina de la Calle Mayor que acabamos de dejar atrás, era, al inicio de la guerra, la mejor de todo Belchite. En sus pisos se alojaba una familia adinerada y de buena posición social, la familia de Dominica Fanlo, y en sus bajos había un comercio de tejidos. Durante la guerra alojó la Jefatura de la Falange y también hizo las veces de hospital. Era una casa de cinco plantas, enorme para una vivienda de un pueblo de aquella época. Ahora apenas quedan los restos de un par de plantas. Un poco más adelante y a nuestra izquierda encontramos la torre del Reloj, que es lo único que se mantiene en pie de la antigua iglesia de San Juan. Es este también un lugar un tanto extraño, con esa torre levantándose solitaria como un dedo acusador que señalara al cielo. Según nos cuenta nuestra guía, en el interior de esta iglesia se encontraron los esqueletos de lo que se cree fueron algunas monjas, emparedados entre un par de tabiques. Frente a la torre, y en un descampado que fue un día la Plaza Vieja, se levanta una gran cruz de hierro forjado que realizaron dos prisioneros catalanes apellidados Balaguer y que fue inaugurada en 1944. Fue levantada por el régimen de Franco y es gemela a otra ubicada en el santuario de Santa María de la Cabeza, en Andújar, Jaén. En ese punto se quemó durante la famosa batalla una enorme montaña de cadáveres, ya que no había dónde enterrarlos y estos se descomponían en las calles bajo el abrasador sol de aquel agosto aragonés. Cuentan que la grasa de los cadáveres quemados formó un riachuelo que descendió la pequeña pendiente y allí fue a juntarse en la calle con otro torrente de sangre que provenía de otra montaña de muertos apilados en otro lugar.
     Siguiendo nuestra ruta, nos encaminamos a la Iglesia de San Martín de Tours, quizá el más misterioso e inquietante rincón de Belchite. La iglesia, como todo, se encuentra en ruinas y pésimas condiciones, aunque de las iglesias del pueblo es la que en mejor estado se conserva. Aquí encontramos grabada con pintura en una de las antiguas puertas de entrada la famosa jotilla de Natalio Baquero, un octogenario nacido en mitad de la cruenta batalla y uno de sus últimos supervivientes, que dice así:

“Pueblo viejo de Belchite,
ya no te rondan zagales,
ya no se oirán las jotas
que cantaban nuestros padres”

     La iglesia tiene también escrita con sangre su propia historia negra, ya que en su interior murieron decenas de inocentes, sobre todo niños, mujeres y ancianos que se habían refugiado en su interior huyendo de la sangrienta batalla que ya se desarrollaba calle por calle, e incluso casa por casa. Una bomba destruyó el tejado y las piedras cayeron sobre los inocentes allí refugiados, produciéndose otra masacre. También los soldados del bando sublevado la utilizaron como punto estratégico y en la torre se refugiaron de los republicanos sus últimos soldados durante las horas finales del asedio, muriendo también bastantes de ellos. Aquí también se han producido bastantes fenómenos paranormales, como nos relata Carlota. En varias ocasiones, se ha visto a un niño deambular por entre los muros con una especie de luz, un candil según parece, en la mano. Uno de los que han presenciado la figura del niño fue Javier Campos, colaborador de Cuarto Milenio, que pasó una noche a solas y a oscuras dentro de la Iglesia. El interior de la capilla donde pernoctó es un sitio bastante inquietante, como si el ambiente estuviera más cargado o la energía fuese distinta. Imaginar estar allí en completa soledad y totalmente en silencio, envuelto por las tinieblas de la noche, y ver aparecer la figura de un niño entre las ruinas me puso los pelos de punta. También aquí, el periodista e investigador Carlos Bogdanich, junto a su equipo de Cuarta Dimensión, consiguió en el año 1986 algunas de las más espectaculares psicofonías grabadas en Belchite. Aparte de las más típicas de algunas voces humanas, las más impactantes son sin duda las del ruido de los cazas con hélice de la época surcando el cielo o el de los bombardeos y las nítidas explosiones de bombas, sonidos inexplicables recogidos en las grabadoras en el silencio de la noche. También el colaborador de Cuarto Milenio y médium, Aldo Linares, dijo que en aquella iglesia vio una figura encapuchada, como de un monje o monja, con una especie de tijeras en la mano, que le llamaba y decía que fuese con él. Comentaba que la sensación fue tan negativa y la presencia le dio tanto miedo que, por supuesto, no se atrevió a acercarse a la siniestra figura y después sintió nauseas y un fuerte dolor de cabeza que le hizo salir del lugar.
     Volvemos ahora atrás en nuestro recorrido para regresar a la esquina de las calles Mayor y Sagasta, donde se encontraba la casa de las hermanas Antonia y Paulina, y bajar por esta última calle hasta la Plaza del Convento, donde se encuentra la Iglesia de San Agustín, último de los lugares principales de nuestra ruta nocturna. En su interior también se han recogido grabaciones de voces y se han visto luces extrañas. El lugar me parece aún más inquietante y perturbador que los anteriores, incluso que la Iglesia de San Martín, sin saber explicar el porqué de tal sensación. No nos dejan acceder nada más que un par de metros en la entrada porque, según nos cuenta nuestra guía, los arcos están partidos y corren peligro de caerse o desprenderse algunas partes de ellos. El interior impresiona, allí debajo de todos aquellos arcos resquebrajados, parece estar uno en el interior de un enorme esqueleto, y me viene a la mente la imagen de las vértebras de una descomunal ballena. Al lado y a mano derecha hay un pasadizo o túnel oscuro sin puerta que parece descender hacia alguna cripta o sótano y que me produce un escalofrío y temor inexplicables. No me atrevo a acercarme, es como si uno pudiera intuir que hay algo malo, una especie de energía negativa que emana de su interior, algo que no quiere que estés allí. No he sentido nada igual en todo el recorrido, ni siquiera en el trujal o la iglesia de San Martín, y sin duda ha sido el momento más extraño de toda la noche (y mira que los ha habido) por esa inquietante sensación de agobio y mal rollo que os cuento y que no era entonces capaz de explicarme… ni soy ahora capaz de describir en toda su esencia. No sé si alguien más tuvo la misma sensación en aquel sitio o fue solo cosa mía, pues imagino que cada persona sintió cosas distintas en cada lugar. La experiencia es tan personal que estoy convencido de que cada visitante haría un relato parecido al de los demás, pero a la vez muy diferente. Yo recuerdo aún aquel momento mirando hacia esa especie de puerta y lo que hubiese tras su umbral, aquella sensación desagradable y de temor, y cómo se me erizó el vello de la nuca y se me puso la piel de gallina. Aún lo hace cada vez que pienso en ello.  Un apunte más sobre esta iglesia antes de marcharnos: en el exterior y en lo alto de una de las paredes de la torre puede verse aún un misil que quedó incrustado durante la batalla y que no llegó a explotar. Esperemos que nunca lo haga.
     Tras este último punto del recorrido, volvemos junto a Carlota, hacia al Arco de la Villa, para terminar nuestra ruta nocturna. Por el camino le formulamos preguntas y curiosidades, y le instamos a que nos cuente si acaso le han sucedido a ella fenómenos extraños o algún suceso paranormal durante sus innumerables marchas nocturnas. Nos comenta que ella al principio era escéptica a todo este tipo de historias, pero que ahora ya no lo era tanto después de tantos testimonios y ver “algunas cosas”. Tras haber pasado noches enteras allí, acompañando a grupos de investigadores que iban a hacer sus reportajes, ha podido escuchar algunas psicofonías espeluznantes que se han grabado, estando ella presente y siendo testigo del silencio absoluto que había en el lugar. Esto le ha hecho replantearse muchas cosas y no estar ya tan segura de que allí dentro no haya “algo más” que no somos capaces de comprender ni explicar. Y es que uno no sabe con certeza qué es lo que sucede allí dentro, pero sí que es consciente de estar caminando sobre un enorme cementerio. En cualquier lugar del pueblo, en cada calle que pisamos, en cada casa que miramos, hay personas muertas o enterradas. Hay incluso un Belchite subterráneo bajo nuestros pies, ya que durante la guerra los vecinos excavaron túneles que conectaban las diferentes casas como manera de poder comunicarse entre ellos y también como refugio. ¿Cuántos vecinos del pueblo morirían y tendrían su tumba también bajo sus propios hogares? Porque hablando de fallecidos, no solo hay que contar los casi 6.000 muertos de la batalla de la Guerra Civil, sino muchos más anteriormente, pues en el pasado hubo otras dos importantes batallas en el pueblo: una durante la Guerra de Independencia y otra durante las Guerras Carlistas, donde también murieron cientos o miles de soldados. Sin duda, es aquel un lugar que parecía estar predestinado a ser azotado por la tragedia hasta su total destrucción.
     Antes de salir y mientras apaga las luces de la oficina en la entrada y recoge sus cosas, Carlota nos pide por favor si alguno de nosotros sería tan amable de esperarla hasta que salga y cierre las puertas. Le da miedo quedarse sola. Nos quedamos a esperarla y ninguno hace ninguna broma al respecto. A cualquiera de nosotros también le daría miedo quedarse a oscuras y solo allí. Nos da las gracias y nos despide ya en el exterior, esperando que nos haya gustado la visita y deseándonos que disfrutemos al día siguiente de la ruta diurna. Nos vamos hacia el hotel pensando en todo lo que nos ha contado, pero sobre todo interiorizando la experiencia, curiosa e inquietante cuando menos, y las sensaciones, quizá diferentes para cada uno, pero muy íntimas y personales y que seguro no vamos a olvidar nunca. Como una tintura que se quedara adherida a tu piel, al igual que la muerte, el dolor y el sufrimiento parecen haberse quedado pegados al suelo y las paredes de las calles de Belchite.

     Por último, abajo os dejo una selección de algunas de las fotografías que hicimos, tanto en la ruta nocturna como en la diurna del día siguiente.


Juanma Nova García