jueves, 7 de octubre de 2021

LA NIÑA QUE NO HABLA

La niña que no habla tiene apenas siete años. Le gusta jugar al escondite con sus amigas en las soleadas tardes de primavera. Cuenta hasta diez y se da la vuelta recorriendo todo el parque con la mirada, imaginando detrás de qué árbol o seto se pueden haber escondido. Siempre las encuentra a todas, menos a una. A la última la deja salir de su escondrijo y le regala tiempo para que llegue a la pared y salve a todas sus compañeras. Ellas no saben que se deja ganar. Porque le gusta volver a contar hasta diez. Le gusta buscar, más que esconderse.

     Después cae la tarde noche sobre el parque y su madre la llama a casa. Se despide de sus amigas y, una a una, se van marchando de vuelta a sus hogares. Es uno de los momentos tristes del día. Ya en casa, se sienta en la cocina mientras mamá prepara la cena. Mira la televisión. Un señor mayor habla de cosas de mayores que ella no entiende. No entiende ni le interesan. Se levanta y se asoma a la ventana. En el crepúsculo aún queda algo de luz. Hay unas cuantas nubes dispersas. Le gusta mirarlas e imaginar cosas con los extraños dibujos que a veces forman en el cielo: un árbol, su diadema favorita, una mariposa… A veces son solo nubes con forma de otras nubes. Aquella noche no le sugieren nada nuevo. Apenas ve en ellas cosas que ya ha visto. Su madre dice algo. Vuelve la cabeza, pero se da cuenta de que no habla con ella. Se vuelve a sentar a la mesa. El tiempo pasa infinitamente despacio cuando está en casa.

     Se sientan todos a la mesa para cenar. Coge el cuchillo y el tenedor sin demasiadas ganas. Hay pescado para cenar. Y el pescado no le gusta mucho. Ni siquiera un poco. Más bien, el pescado no le gusta nada. Pero siempre se lo come porque mamá pasa mucho tiempo cocinándolo. Mamá siempre está haciendo cosas buenas para ella. Y si no come, se enfada. Y no le gusta verla enfadada. Ni enfadada ni triste. Y últimamente casi siempre está triste. Papá y mamá están hablando de cosas de mayores. Y al final terminan discutiendo. Discuten durante la comida. Discuten durante la cena. Discuten viendo la televisión. Bueno, discuten mucho todo el rato. Siempre de cosas que no entiende. Cosas que no entiende pero sí le interesan. Porque intenta comprender qué sucede. Porque quiere saber por qué se llevan tan mal. Porque no le gusta que mamá llore. Y siempre llora cuando discuten. Y eso le hace llorar a ella también.

     Poco después mamá la llama. Es hora de bañarse. Se mete en la bañera mientras se va llenando. El agua va subiendo de nivel poco a poco. Primero le tapa las rodillas, luego el ombligo, hasta que llega a su pecho. Mamá se acerca para cerrar el grifo. El agua está estupenda. Ni muy fría ni muy caliente. Le gusta mucho bañarse. Camuflarse entre la espuma. Le encantaría tener un hermanito o hermanita para jugar mientras se baña. Para no estar sola pensando en cosas que no quiere pensar. Mamá le lava la cabeza. Después la peina y cepilla el pelo. Sale de la bañera goteando y toda llena de espuma. Se cobija dentro de su toalla y se seca con cuidado.

     La niña que no habla va a su habitación. Allí se pone su pijama rosa de algodón. Se queda un ratito mirando los dibujos de Disney que lleva estampados: Mickey, Donald, Goofy, Minnie... Le gusta ese pijama. Es suave y calentito. No le gusta el otro de color blanco y verde. No tiene dibujos. Tampoco le gusta el amarillo. El amarillo pica. Papá y mamá están discutiendo en el pasillo. Pone mucho interés en lo que dicen, pero no consigue entender nada. Casi siempre se enfadan por tonterías sin sentido. Bueno, más bien es papá el que se enfada con mamá por cualquier cosa. También se enfada mucho con ella. Y no sabe por qué. Intenta portarse todo lo bien que puede. A veces piensa que papá no la quiere nada. Poco después mamá viene para meterla en la cama y darle un beso de buenas noches. Le tapa con la manta y el edredón hasta el cuello. Como si estuvieran en el Polo Norte. Pero ella nunca se queja. Sabe que lo hace porque la quiere mucho, porque no quiere que coja frío. Espera hasta que ella se marcha para sacar los brazos fuera. Si no lo hace siente que se ahoga. Por la pequeña rendija de la puerta que mamá siempre deja abierta, entra un poco de luz desde el salón. El haz de luz ilumina su colección de muñecas que hay en la estantería. Pero no a todas. Algunas de sus favoritas han quedado a oscuras en la sombra y tal vez tengan miedo. Piensa que mañana las cambiara de sitio. Siempre lo piensa. Pero siempre se le olvida. Mañana no. Mañana lo recordará y las colocará en otro sitio en cuanto se levante.

     Al final cierra los ojos. Con los ojos cerrados siempre ve cosas. Si los cierra muy fuerte, el negro se vuelve un poco gris, o rosa. Y ve pequeñas luces y estrellitas de colores. La discusión de fondo de sus padres sube de tono y comienzan los gritos y los insultos. Como todas las noches. Se acurruca todo lo que puede en su cama y se pone la almohada sobre la cabeza intentando acallar las voces, suplicando que cesen, queriendo esconderse de ese mundo cruel que no consigue comprender. Casi sin quererlo, sin saber exactamente cómo ni cuándo, se queda profundamente dormida. Sueña que está montada en un tiovivo. Sueña con que el aula de su colegio tiene árboles y flores entre los pupitres y que su profesora es a veces mamá y a veces no. También sueña con papá pegando a mamá y a mamá gritando y llorando. Despierta asustada. Siempre despierta asustada cuando sueña con las palizas que papá da a mamá. Ha debido de pasar mucho tiempo desde que se durmiera. La casa está a oscuras y en silencio.

     Aparta la manta de encima y se levanta. Sale al pasillo y camina hasta al baño para hacer pis. Al volver a su habitación y meterse de nuevo en la cama, se da cuenta de que se ha dejado la luz del pasillo encendida, pero no tiene ganas de volver a levantarse y la deja así. Muy despacio, sin saber de nuevo cómo ni cuándo, vuelve a viajar al país de los sueños. Esta vez no recuerda si sueña o no. Cuando vuelve a abrir los ojos ya es de día y el sol entra radiante por la ventana iluminando con alegría todas sus muñecas. Ahora ya no tienen miedo, así que de nuevo olvida cambiarlas de sitio. De día todo se ve diferente. Incluso los monstruos parecen amables y simpáticos. Incluso los gritos parecen lejanos y confusos, casi como una pesadilla que se va esfumando como la niebla. Finalmente, ese pequeño recuerdo se desvanece con la brisa de la mañana que entra por la ventana.

     Desayuna su Cola Cao con cereales viendo los dibujos animados de la tele. En los dibujos, el Coyote persigue al Correcaminos. Una vez más, no consigue atraparlo. Al final cae por un precipicio y se estrella contra el suelo levantando una pequeña nubecita de polvo. Consigue sonreír un poco. Apenas lo hace en todo el día, pero el Coyote y Bugs Bunny casi siempre le roban alguna sonrisa. Mamá está tendiendo la ropa en la terraza. Tiene los ojos enrojecidos. Sabe que eso es porque ha llorado. Y tiene un moratón nuevo en un lado de la cara. También sabe por qué ha sido. Y quién se lo ha hecho. Llega la hora de ir al cole. Coge la cartera. Como de costumbre, pesa lo que los mayores llaman una tonelada. Camina por la calle de la mano de mamá. Se va encontrando con algunos de sus compañeros y amigas de clase. Se van saludando entre tímidas sonrisas.

     Como cada mañana, tan sólo tiene ganas de que el día se escabulla rápido, de que vuelva a llegar otra vez la tarde. Quiere volver a jugar al escondite con sus amigas. Es el único momento alegre de toda la jornada. Aunque siempre pierda. Porque le gusta buscar, no esconderse. Ya se esconde demasiado tiempo en casa. En el colegio se aburre. Intuye cosas para las que no tiene nombre. Sabe que cada vez está más lejos de algo. Pero no sabe lo que es y eso le asusta. También sabe que está muy cerca de otro algo. Sin embargo, tampoco consigue saber qué es y se siente infeliz por ello. Sigue sin tener ganas de hablar con nadie. Los niños y niñas de su clase sí hablan, pero no escuchan. Parecen muñecos de trapo en sus pupitres. Como esos maniquíes de los escaparates de las tiendas de ropa. Un recuerdo fugaz empieza a rondar su cabeza, como una peonza dando vueltas a su alrededor. El sonido de un golpe (una bofetada, o tal vez un puñetazo) y alguien que cae al suelo y no puede levantarse. En realidad sí puede, pero no se atreve a hacerlo.  Porque teme que, a continuación, llegué otro golpe que la vuelva a tumbar de nuevo. Pero ese efímero recuerdo viene acompañado de un esperanzador pensamiento que le dice que no hay que tener miedo, que hay que ser valientes y levantarse y luchar. Y no callarse como hace mamá. Y como hace ella.

     La niña que no habla sabe que acaba de aprender algo, aunque todavía no alcanza a comprender qué. Pero intuye que esa lección les ofrecerá enseñanzas nuevas cada día. Y les devolverá las ganas, la esperanza y la ilusión…

 

Juanma  

No hay comentarios:

Publicar un comentario