domingo, 16 de diciembre de 2012

LA GRAMÁTICA DEL CORAZÓN

"Voy de camino", dice el mensaje, a las 3:13 de la madrugada. Ella se despierta sobresaltada, claro está. Lo relee una y otra y mil veces; incrédula pero feliz. Oye los pájaros que se despiertan cantando y bailando en las ramas de los árboles. Prueba a cerrar los ojos, pero no consigue dormir más.

Y después, entre las brumas vaporosas de una extraña vigilia, el gato que ronronea, una puerta que se abre, una puerta que chirría, una puerta que se cierra; y otra vez la calma quieta de la noche. De repente un rayo de luz le acaricia la cara, entra en un ojo entreabierto y se derrama por su pupila; ella lo abre del todo y descubre un rostro rebosante de risa y alegría. Un hermoso rostro querido, soñado, conocido y siempre esperado; rostro de "ya era hora", "aquí estoy", "te echaba de menos", "ven a mis brazos"... Y por fin, ahí está.

Ella tiende sus tiernos y delicados bracitos hacia él, como la muchacha tímida y dulce que es, y él se inclina y la abraza y la besa despacito; y no la desnuda ni le quita con prisa la ropa como se podría imaginar o suponer. En cambio, se tiende en la cama y se acuesta junto a ella. Y la abraza, le acaricia el pelo con mesura y le besa dulcemente la nuca.

Se hace un silencio hermoso. Se entregan a él y cierran los ojos, alegres, los dos.

Y cuando ya el alba se cuela en la habitación, ella no se atreve a darse la vuelta en la cama. Tiene miedo de los cuentos con final triste que se cuenta cuando duerme y estira los dedos muy lentamente, buscando... y se concentra y piensa casi suplicando: por favor, que no haya sido un sueño...


Juanma - 16 - Diciembre - 2012

viernes, 14 de diciembre de 2012

ETERNIDAD

Ahí están, ¿puedes verlos? ¿Te acuerdas, amiga mía, de esos dos? Tenían los ojos grandes y brillantes como una luna llena y una sonrisa tan transparente que dolían hasta las pupilas al contemplarla. Si te acercabas para mirarlos de cerca veías circular la sangre desde el corazón hacia la piel, desde el corazón a las palabras, desde el corazón a las montañas, a los bosques, al mar. ¿Te acuerdas de cómo se abrazaban muy de mañana, empapelados de imposibles sueños, intoxicados de sentimientos, locos de sincero amor?

Ella, querida amiga, fue la que sucumbió primero. Se fracturó el cráneo, se dislocó el cuello, se rompió las alas, se quebró sin huesos, se quedó sin alma. Ella, que sigue ahí como un lienzo, desnuda con su aura de otoño, envuelta en un poema. Y todavía tuvo tiempo de acudir a su cita con él, que aún estaba vivo, y reconoció en su locura el sello de la muerte. Lloraron, ¿recuerdas? Y pese a todo, tenían razón; porque tras aquello los sepultó el invierno sin oraciones ni lápidas, y ellos siguieron resistiendo y huyendo del epitafio, hasta que se les agrietó la piel, se les cayó el pelo y se pusieron grises escribiéndose siempre la cita embrigadora de cada madrugada. Se contemplaban el uno al otro, y creían los muy soñadores que tal vez existían, cuando nunca jamás fueron tan irreales.

Ahí siguen, amiga. Los amantes imaginarios con sus vidas imaginarias y sus amores imaginarios. Con sus vergonzosas verdades y su torrente de lágrimas desechables. Resistiendo vete a saber tú por qué, aferrados el uno al otro, de la mano, los muy inocentes, con la esperanza como arma solitaria y la  ternura por único escudo. Ilusos, anémicos, dementes, vacilantes como palabras enponzoñadas, perdiendo sangre envenenada por los huecos del alma y alma por las grietas del corazón. Ahí, ahí permanecen. Ella con el vientre abierto, con los oídos reventados y los pulmones llenos de mentira y soledad; ella fue la primera que cayó. Míralos cómo quieren resucitar, ¿no crees que sería mejor hacerles ahora mismo el funeral?

¿Los enterramos juntos? No, tienes razón, cada uno con su propia ley, cada uno en su rincón. Pero pongámosles a cada uno una cita del  otro, un recuerdo; después de todo sólo entre ellos jamás se regalaron ninguna traición. Dejemos a ella debajo de la osamenta de aquel árbol, mirando justo a ese balcón. De noche puede que su cadáver suba a buscar versos, es posible que articule aún gemidos, que aprenda por fin a decir no. Ahora enterremos a él, amiga. Aquí, en el camino de los besos, con su banda sonora de Vivaldi y sus embustes favoritos en la mano, codo a codo con su dolor. Que repita eternamente errores hasta que acierte, que desista, que abra la fosa y se trague los monstruos de los dos. Mejor dejarlos con sus enormes e inabarcables nimiedades. Pero pongamos en sus tumbas las flores más hermosas que encontremos... ¡este es su funeral!

¿Los extrañas, buena amiga? Sí claro, yo también. Pero aún así les tengo miedo, con su maldita  vocación de desamparados, de suicidas a tiempo completo, con sus leprosos mantras de zombies del amor. Y así enterrados, entre el sueño y los recuerdos, mi amiga, qué hermosos son ahora que (tal vez) ya no nos hagan sufrir ni duelan más. Aunque mejor dejarlos cerca, de todos modos, por si, hasta muertos y más allá, lloran y gimen exigiendo todavía otra ración de dolor.

Coge mi mano, amiga. Ahí tú y yo. Aquí enteros. Allá irreales. Tal vez perdidos siempre, mentidos pero vivos, heridos pero eternos. Tal vez tan sólo un rato, quizás tal vez no. Dame la mano, amiga, cerremos juntos la tumba, ahí tú y mi alma, aquí yo y tú corazón. Sin lágrimas, dejémonos sin epitafio, dejémonos sin cruz y adiós. Y vayámonos amiga, a seguir nuestro camino, a seguir viviendo muertos, a poder morir de amor...


Juanma - 14 - Diciembre - 2012

martes, 4 de diciembre de 2012

REENCUENTRO


Llevaba un buen tiempo preguntándome qué sería de ella. Hacía al menos seis años que no la veía, y un par de veces hasta pude haber soñado con sus pecas. O pude haber soñado que soñaba. Da igual. Se aparecía en mis pensamientos cada vez que escuchaba a U2...o a Héroes del silencio. Pequeños símbolos del pequeño tiempo que compartimos y que, como es costumbre, se nos adelantó y nos dejó solos y mudos. Eso fue algo después de la época de los anónimos, esas cartas quinceañeras que yo dejaba en su pupitre en el instituto y que ella atribuía siempre a otro chico. Las notas le gustaban, y tuvo un casi romance con ese otro chico que, claro, andaba detrás de ella -casi todos andábamos detrás de ella-, hasta que un buen día la carta le llegó con remitente y el príncipe de sus sueños se hizo de carne y sangre y hueso. Tal vez no fuera el apuesto Don Juan con el que fantaseaba mirando a la nada en las interminables y aburridas clases de matemáticas y literatura, tampoco el valiente Don Quijote que, en sueños, la rescataba de innumerables peligros, fieros dragones y malvados caballeros de armadura negra. Pero desde que nuestros labios se cruzaron, los besos fueron un manantial de poesía y sus ojos verdes un torrente sin principio ni fin que me encadenó con las alas del destino a la argolla de su corazón. Hasta que el tiempo, como es costumbre, se nos adelantó y nos dejó solos y mudos. Muchos apenas se enteraron, otros ni siquiera lo supieron. Para el mundo no fue nada. Para nosotros fue un secreto, fue un milagro... fue el amor.

Salgo del metro con prisas, apurado, pero ella me sorprende y me sonríe y yo casi caigo a las vías creyendo que se trata de una aparición. Fue un cruce inesperado, casi inadvertido. Pero no. Nos reconocimos de inmediato, sus labios y sus ojos y sus pecas son inconfundibles. Entro de nuevo al vagón y la sirena se oye antes de que se cierren las puertas. No recuerdo a dónde iba ni por qué tenía tanta prisa. Ni siquiera me importa ya. Me abraza alegre sin decir hola. Lleva el pelo recogido en una coleta, dejando resaltar así las pecas y el arco iris de su sonrisa, cazadora y pantalones vaqueros y un bolso de cuero. Se parece tanto a mis recuerdos que juraría que la hubiera visto ayer. Me pregunta cómo estoy y yo asiento con la cabeza, mudo, incapaz de entender por qué pueden darse esas oportunidades en los momentos más inesperados. ¿Destino o casualidad? Nunca fui capaz de distinguirlos y además... qué más da!!


Me propone reunirnos esa misma noche con el viejo grupo de amigos, los de antes. El club de los poetas muertos, como antes. La sombra del campus de la universidad, como antes. ¿Y la pasión? Como siempre. Antes de que llegue el grupo, minutos antes, solos en el bar, me dice que salgamos a pasear, a dar una vuelta. Y caminamos hasta la puerta de la universidad que ya no es nuestra, aunque quién sabe. Está abierta y son las diez de la noche. Pero pasamos de largo y nos encaminamos hacia la iglesia que hay justo al lado y donde muchas veces íbamos a estudiar. Nos miramos con cara de pregunta sin respuesta, me toma del brazo: "no mires a nadie, entremos". Y entramos directo hasta la capilla, que para mí nunca fue nada más que el palacio de los besos. Hay algunas personas, y por los extremos, bordeando los patios, iluminando los pasillos, cientos de velas ardiendo y regalando su llama y su calor quién sabe a qué!! Retrocedemos, la arrastro hasta la capilla, como tantas otras veces, otra vez. Empujo la puerta y nos refugiamos contra la pared. Me mira. Sé que nos besaremos. Nos besamos. La noche la han puesto ahí para nosotros.

Salimos al patio sin dios ni dueño y caminamos de vuelta por la universidad. Me toma la mano, recorremos nuestra antigua geografía de piedra. "Aquí te quise desde el principio". "Ahí, en esa esquina oscura, me abrazaste por primera vez", pero fue sólo unos meses después cuando descubrimos coincidencias y diferencias aterradoras. Cuánto tiempo ha pasado desde que nuestros destinos eran vecinos!! Allí, en aquel patio, nos sentábamos con mucha gente, y ella tenía una camiseta azul, y el pelo largo, y unos vaqueros desteñidos, y unos ojos de fin de mundo que todavía tiene, ojos verde abismo. Y en un recodo de la nostalgia, aplastados entre un muro y el pilar, nos abrazamos, mientras desde la iglesia se escucha una música magnífica que es para nosotros, como siempre. Ya ves, de nuevo somos el pasado del presente y el presente del futuro. No quiero la música. Me quedo con el bello silencio del ahora y el ayer. Con el patio oscuro, con los fantasmas que suben y bajan las escaleras, con las voces que cada uno pone a sus recuerdos. Con las lágrimas y sueños que regresan con los besos.

"Aquí me quisiste", y quizás a otros también. Puede que ahora sea tarde, aunque nunca es del todo tarde para nada, y allí estamos los dos solos, sobreviviéndonos, rescatándonos, resucitándonos. Callamos a dos voces  por deleite, por sueño, por placer.

En la calle seguimos cogidos de la mano, conmovidos, con preguntas y miedos, con fracasos y heridas. Siento la tibieza de sus dedos, y el flujo sanguíneo de ella a mí y de mí a ella, como si no tuviéramos piel y sí, tal vez, un sólo corazón. Llegamos de vuelta al bar, ahora sí que nos esperan. Abre la puerta y besa mis labios para sellar el secreto. El nuevo secreto y el viejo secreto. El secreto que fue y será siempre uno. Llegan los amigos, la risa, la fiesta. Todo vuelve a ser como antes. Como siempre. Nos miramos entre el humo, el ruido... y tantos años. Nos sonreímos. Esa noche volveré a escribirle una carta sin remite, como antes. Y quizás esta vez el pasado y el futuro sean presente para siempre...


Juanma - 4 - Diciembre - 2012

MOMENTOS

Muchos de los espacios entre huecos siguen vacíos, pero al menos los duendes al fin son míos. No tengo ninguna prisa por terminar y recreo en el orden del caos el desarreglo de la multitud de objetos que amontono delante de los espejos sin darme apenas cuenta. Objetos que aprendo a no ver, a no sentir, a no tocar, pero que rompen el tenue equilibrio aletargado del momento en el que dejo de tener localizada la huella de sus encuentros; son como el verde confuso de las enredaderas, que si te descuidas se comen los turnos y las esperas, escondiendo todo aquello que anida tras sus sombras, desorbitando la cantidad de minutos y horas vividos y olvidados, sin podarlos de vez en cuando porque sus efectos desaparecen sólo para ser entreabiertos en sueños. Y sin quererlo acabo acomodándome en la sala de estar de mis recuerdos y sin dejar de volar mi inagotable imaginación de cuando era niño, entre sortilegios y acertijos, me dejo llevar pensando que ojalá al recorrer cada habitación de mi cabeza pudiera hacer recuento y desechar aquellos tormentos que impiden la soltura para sonreír en determinados momentos. Momentos que nunca serán los adecuados si no hay una verdadera predisposición para que así lo sean...

Juanma - 4 - Diciembre - 2012