martes, 13 de marzo de 2012

LA MUÑECA Y EL SILENCIO


Soy la muñeca con que juega la madrugada. Abro los ojos frente al espejo. Esta desquiciada adolescente que se refleja no se parece en nada a todos mis años. Es una recién nacida que agoniza de vejez.

Escribir no es una salida, es una trampa. Me pongo unas pestañas postizas y parpadeo.

Las otras muñecas me miran desde sus estanterías. Son tan bellas... son terriblemente tristes. Son perfectas. Están muertas, están en silencio. En sus rostros estáticos, inexpresivos, está lo único que busco. 

Abro el lápiz de labios, rojo y vivo como el fuego, y me dibujo una niña en los labios... pero está viva, y la borro y dejo apenas una mancha. La niña palpita en la boca disfrazada de corazón. Enciendo una vela. Soy una moribunda que grita de tristeza. En la habitación, apenas un agujero, una pared que tiembla. Me maquillo los ojos con lágrimas de sangre.

La de madera es especial. Es azul, como yo. Es una gota de alma; un día fue existencia y hoy, fantasma. Me dice tranquila, tranquila, no te abandones, duerme un poco... o ven aquí. Se lo sabe de memoria. Lo aprendió mientras dormía, entre las sentencias de muerte y los indultos. La de madera es especial, y la muy puta está toda pintada pero no quiere que me siga delineando las cejas. 

Es honda la noche... y oscura como una boca de lobo. Ya no puedo decir lo que quiero. Ya no sé. El silencio no puede ser más elocuente. 

Es necesario que yo sea una muñeca. Que me parezca a estos rostros fríos y hermosos. Que sea yo antes de mí. Me trago una pastilla y otra... y otra más. 

El vértigo de mirarme en este viaje me hipnotiza, no lo puedo negar.

Si trago diez perderé la memoria de mi nombre. Será como acercarse al no sonido de adentro. Con veinte olvidaré el futuro... y tal vez el pasado. Se me sonrojan las mejillas y me separo lentamente del tiempo. Cuento las que quedan en el frasco. Son treinta más. 

El frasquito también es perfecto. Cuando está vacío se lo regalo a mi muñeca favorita. El espejo dice que soy idéntica al final de mi monólogo. Me desnudo. Los huesos son astillas luminosas, parezco un pájaro a punto de emigrar. Los ojos  enmudecen... callan. Recuerdo los bellos versos de Alejandra Pizarnik:

"Alguna vez
alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
me iré como quien se va..."

No quiero ir más que hasta el fondo, ser una niña plastificada en la muerte, entrar en una casita eterna de madera, sin cintas, sin papel. El regalo será, por fin, el silencio...


Juanma - 13 - Marzo - 2012

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