martes, 11 de marzo de 2014

ALICIA

¿Quizá le resultaba superfluo? ¿Acaso le parecía banal? Tal vez en su medio orden todo se volvía siempre medio caos, el mundo se distorsionaba y desencajaba, la fantasía la aplastaba y se mezclaba entre ella y la realidad, envolviéndola como niebla una fría y húmeda mañana de noviembre. Aquella extraña irrealidad la engatusaba. Guardaba dentro del país de las maravillas el lado más hermoso del universo y se giraba hacia el otro para llorar. Buscaba el rincón más recóndito y a la vez más cercano. Intentaba esconderse, hacerse invisible, correr rápido para que no la vieran. Pero sus huellas se hacían aún más profundas con cada paso que daba. Su rastro era obvio. Su intención evidente. Y su silueta, antes hecha un ovillo de sonidos y colores, ahora semejaba tan solo un recuerdo retorciéndose entre el silencio y la soledad.

La locura la seguía, la acechaba, la atormentaba... ya se escondiera en la más inaccesible cueva o en el más inverosímil agujero. Se esparcía en torno a ella de un modo tan desesperante que la hacía balbucir y sollozar. Gemía buscando esa atención que siempre quiso, pero jamás logró. Se encogía. Tiritaba. Sus extremidades se retorcían, sus fuerzas flaqueaban; la oscuridad cegadora quemaba y se mostraba inmisericorde ante aquella pequeña y asustadiza criatura. El resplandor y su nitidez siempre volvían, cada mañana regresaban y, al despertar, ella se indignaba. No había salida, la huida era en vano; la única manera era encarar el camino con la conciencia tranquila y la cabeza bien alta. Y tal vez, solo tal vez, enceguecerse un poco al principio con la certeza de lo antes evitado. Y con la fortaleza de la verdad que siempre tanto habría anhelado.

¿Y algo más? Sí, por supuesto. Que sea a este mundo real, sin sueños ni maravillas, al que por fin le corten la cabeza...

Juanma - 11 - Marzo - 2014

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