jueves, 29 de mayo de 2014

ALAS NÓMADAS

Se levanta somnolienta, abrazada a quién sabe qué príncipe de la primavera de sus sueños, y camina descalza así como llevada por el vuelo de la brisa. El susurro de las olas que besan los labios de su alma imanta todo su ser. Aún entre las brumas vaporosas del sueño, es consciente de las disecadas alas de la nostalgia. Tras de sí deja una cama deshecha donde los recuerdos afloran y se marcan como huellas de pisadas sobre la nieve. Se deja arrastrar, como un velero que la llevara de la mano por las tristes arboledas de la soledad. Ante ella se revela un alma ausente, mezclada con sabores y olores febriles. Desde el balcón de su alcoba divisa el inmenso océano; una imperturbable gaviota vuela en círculos sobre aquellas hermosas ondulaciones turquesas. 

Se siente atemorizada cuando presiente la sombra de algo extraño que aún recuerda y que en su vida fue la herida, derrame y pérdida de toda su joven savia, de toda su vitalidad. Elevadas cumbres convertidas en hondo acantilado. Intenta acariciar su pasión extraviada, pero la calidez que le ofrece es hielo de hogueras que quema y reduce a cenizas sus deseos. Una pausa. Tal vez un trueque entre el silencio y la quietud irradiadas por la soberanía de la nada. Se sienta en el balcón y con su tacto aterciopelado sobre el suelo dibuja y hace viajar nubes en el viento. Se sumerge en las profundas y oscuras aguas de ese dilema que la evade y protege de todo lo que le rodea. Entonces piensa, recuerda la marcha de su amado, la pérdida del amor.

Fragmentos de recuerdo se le acumulan en las sienes como las piezas de un puzzle desparramadas sobre la mesa. Contempla una barcaza amarrada en la orilla. Duda si bajar y subirse a ella y remar y remar hasta la lejanía de la inmensidad. En esa calma y mutismo interiores intenta averiguar el significado vital de las constelaciones en el firmamento, el rubor de aquellas olas que eclosionan frente a ella como brisas suaves. ¡Que hermoso sería sumergirse en ellas y remar en busca otro sol y otra luna mar allende! El arco iris le tiende un bello puente multicolor con todo su amor. Se descalza, se despoja de ese aire enrarecido que ahoga sus pies para robarle el color a sus pisadas. Un sueño embriagador se apodera de su ser. Tras los pliegues y grietas de su ensueño atisba a vislumbrar una isla desierta con un brillo especial en mitad de la nada.

Con la locuaz e impecable veracidad del eco de su voz, magnetiza y atrae la siniestra mirada oscura de la bóveda celeste que se fragmenta en innumerables galerías de misterio. Se levanta, sale de su casa y baja las escaleras de su alma; en busca del mar, en pos de las olas, en aras del mañana. Pero la barca que debería ayudarle a cruzar el océano de su futuro ha desaparecido. Frente a la playa sólo queda un mundo de ensueño. Un universo donde aves hermosas y árboles longevos y dantescos ondean al viento antorchas de fuegos multicolores como una nana de cuna susurrando la melodía del amor anhelado, del amor prohibido, del amor buscado.

Eleva su mirada hacia un confluir etéreo de abismos insondables. Contempla entreabiertas las frondosas llamas del universo ardiendo tras el muro acristalado de las estrellas. Ancla sus pies desnudos en la arena suave y afinca sus anhelos y su mirada en ese firmamento que es boceto de las lluvias y las nieves por venir en ese dibujar de las cenizas y el humo de las nubes en el cielo. Se aferran a su pupila como el abrazo de dos amantes. Y se empeña en olvidar, en dejar atrás todos sus marchitos sueños; sueños que se han ido deshilachando a cada zarpazo del crepúsculo, a la vera de sus párpados sedados al son del vals de sus recuerdos.

Se desvanece el ensueño como una bruma. Y ahora, siente un aislamiento sosegado en ese trinar maravilloso de las aves marinas. Por un momento se siente como ellas. Una más de ellas. Libres en el danzar de sus tonadas cuando aún los tempranos albores del amanecer dibujan pinceladas en el melodioso eco del desconsuelo. Se sabe a un mismo tiempo alborada del despertar y crepúsculo del sueño. Un alma plena y llena, y un cuerpo bello y hermoso, en una habitación sola y vacía. Pero un cuerpo sobre el que la mente obtusa y macabra del olvido parece haber dictado sentencia. Fija la mirada en el horizonte, buscando el más leve atisbo o rastro de su barca. Nada. Sólo universos de agua y océanos de silencio.

Vuelve a subir las escaleras. De regreso a su vida vacía... y a eso que llama su sitio, su casa, su hogar. Anochece. El día ha transcurrido en un abrir y cerrar de ojos eterno. Prepara la cena mientras una melodía triste perfuma una atmósfera marchita. Le da cuerda al reloj de su corazón y encara su alma para la jornada de mañana. Cierra los ojos y se duerme en el sin fin del placer maravilloso y la apoteosis infinita de sus sueños. Enjaula en una cueva recóndita sus pesares, dolores y tristezas. Su alma se convierte en álgida antecesora del ocaso bajo el tibio aroma de su lecho. Es una dulce velada en la que sueña con estrellas errantes y fugaces a las que pide una lista olvidada de promesas y deseos, con vergeles hermosos donde hacerlos realidad, y con romper de una vez las cadenas que mantienen cautiva la libertad de sus alas... y poder, por fin, volar con ellas.

Juanma - 29 - Mayo - 2014



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