lunes, 12 de mayo de 2014

EL TREN FANTASMA

La espeluznante y terrible historia que les voy a narrar, por descabellada, quizás parezca no tener el menor sentido. Me interesan los misterios y las llamadas historias del más allá, así como penetrar en los más oscuros y recónditos secretos del alma humana. Por eso a veces he hurgado en sitios donde nada se me había perdido... esos mismos lugares donde la gente sufre y donde lo racional y cotidiano se mezcla y confunde con lo inescrutable, lo irracional y la locura...

Esta historia que me dispongo a contar, dramática y sorprendente, me la narró su protagonista hace ya algunos años y seguramente, hasta entonces, nadie más la había escuchado. Por un lado la lógica me aconseja que no busque explicaciones extrañas ni trate de justificar un suceso inverosímil que, aparentemente, se cae y desmorona bajo su propio peso. Pero por otro lado, una parte de mí está convencida de que hay algo de cierto en su relato, algo de verdad irrebatible. Y aquí nada tiene que ver mi imaginación desbocada, como quizás puedan estar pensando. Tampoco mi fantasía don quijotesca por el exceso de lectura. A este respecto, me considero una persona bastante racional y equilibrada, capaz de delimitar la línea o barrera que separa lo fantástico de lo real. Intento calibrar y ver todos los acontecimientos que encuentro a mi alrededor de forma objetiva y sin dejarme llevar por emociones, supersticiones o sensaciones.

Pero estoy convencido de gran parte de la veracidad del suceso y de que, cuando me contaba su historia, aquel hombre no mentía. Y no sólo porque sus ojos lloraban; ni porque en todo aquello, tan extraño y terrorífico, pudiera existir algún oscuro misterio que lo justificara. Hay algo más que me reafirma en mis convencimientos. Pero ese algo más lo explicaré tras relatar la historia de aquel pobre hombre sin ninguna adulteración, tan sólo como él la interpretaba. Así todos podremos tener nuestra propia visión de los hechos y acontecimientos mientras escudriñamos algunos de los misterios que acechan bajo la luminosa realidad.



                                                                                                 *   *   *



"Aceptar lo que me sucedió puede parecer, por mi parte, un claro síntoma de locura. Pero yo no estoy loco. Ante todo quiero dejar eso bien claro.

"Hace ya algún tiempo, he de aclarar que no tengo coche y siempre utilizo el transporte público... Hace ya algún tiempo, como decía, me dirigía una noche, como otras tantas, hacia la boca de Metro correspondiente a la línea que todos los días tomaba para hacer el trayecto desde mi lugar de trabajo a casa.

"No es aquella una parada demasiado concurrida ni transitada. Más bien podría decirse que es solitaria de más, en especial a la hora nocturna en que yo suelo utilizarla, cerca de la medianoche. Aquella noche no era distinta y la estación se encontraba prácticamente desierta. Pasaron  varios minutos sin que apareciera ningún tren. Los usuarios miraban sus relojes con impaciencia. Deseosos, como yo, de marcharse de aquel lugar solitario y llegar cuanto antes a sus hogares.

"De repente divisé a mi derecha las luces de la cabina del tren iluminando el oscuro túnel. La luz de los vagones hacía parecer a las ventanas enormes sonrisas blancas. El tren se detuvo, abrió sus puertas y yo entré en el tercer vagón, que era el que se había detenido a la altura de la estación en que yo me encontraba. Estaba casi vacío, así que me senté en uno de los muchos asientos libres que quedaban, dispuesto a relajarme y leer unos minutos antes de llegar a casa.

"Sólo cuando sonó el silbato de aviso de partida y el tren cerró sus puertas, reparé en que ninguna de las otras personas que esperaban en la estación había subido al tren. Es más, seguían leyendo sus revistas y mirando sus relojes con impaciencia, como si no hubieran advertido su presencia. Quizás alguno de ellos estuviera esperando a otra persona, quizás no tenían prisa... ¡quién podía saberlo! Esos fueron los argumentos que me di a mí mismo. Se encuentra uno a tanta gente rara a diario que no puede ir por ahí intentando analizar y explicar todo lo que sucede a su alrededor. 


"El tren arrancó e inmediatamente dejó atrás la estación sumergiéndose en las tinieblas del túnel. Me encontraba en el asiento de uno de los extremos del vagón. Miré hacia el otro, tal y como por curiosidad  o inercia hacemos casi siempre, para ver al resto de viajeros. Había tres mujeres al otro lado del vehículo, de pie, apoyadas sus espaldas en la pared del tren y charlando entre ellas. Me sorprendió su actitud en exceso seria y como malhumorada. Las tres llevaban el pelo teñido de negro. Parecían llevar los ojos pintados también de negro, y los labios de morado. Ello contrastaba en exceso con sus rostros, que tenían una palidez cadavérica y de ultratumba. Quizás fuera maquillaje, o tal vez se dirigieran a alguna fiesta. La juventud vestía últimamente de manera tan variopinta y desenfrenada que ya casi nada sorprendía o llamaba la atención. Sin duda, podían pertenecer a alguna de esas tribus urbanas góticas que tanto abundaban y estaban de moda. Dos de ellas llevaban las uñas largas en exceso y pintadas también de negro. La tercera llevaba las manos enfundadas en unos impecables guantes blancos.

"El tren continuó su marcha y nos estábamos acercando a la siguiente estación. Al llegar a ella comprobé que tampoco había casi nadie en el andén y, tras detenernos, los vagones abrieron sus puertas para dar entrada a los viajeros. Observé que, por segunda vez, nadie subía a bordo. El conductor arrancó de nuevo y seguimos nuestra ruta. Ahora el suceso sí que me había producido una cierta inquietud. Rayaba ya en lo más extraño que en dos estaciones seguidas nadie, excepto yo, hubiera subido a aquel tren, teniendo en cuenta sobre todo que la gente que allí aguardaba esperaba precisamente ese tren. Pero al final pensé que tal vez todo fuera fruto de una simple y extraña casualidad, y que no había motivos para preocuparme en exceso.

"Pero en la siguiente parada volvió a repetirse el mismo fenómeno. Tan sólo había dos personas, pero no subieron a ningún vagón. Iría más lejos y podría afirmar que parecían no fijarse ni ver el vehículo que se detenía justamente frente a ellos. Esa fue la gota que colmó el vaso. Lo que estaba sucediendo allí no parecía para nada normal.

"Inquieto, miré hacia el fondo del vagón y vi que las tres mujeres miraban de reojo en mi dirección, manteniendo aquella misma actitud seria e irascible. Empecé a intranquilizarme y aparté la mirada. Ya nos aproximábamos a la siguiente parada y me estaban entrando ganas de bajarme en ella, pese a que no era la que me correspondía. Sin embargo, me retuve. Decidí aguantar pensando que todavía faltaban varias estaciones más y que era una tontería innecesaria perder más tiempo. Esperé deseando ver subir a alguien. Vana esperanza ya que nadie lo hizo.

"Volví a mirar a mis acompañantes femeninas. Seguía percibiendo en ellas algo indefinible que me inspiraba temor y desconfianza. Si bien su indumentaria podía pasar desapercibida en una gran ciudad como aquella, había algo extraño en ellas... algo que se me escapaba. Una idea cruzó fugazmente mi mente. No eran disfraces ni indumentarias góticas... más bien parecían de otra época. ¡Eso era, eran trajes antiguos! En esos momentos, atisbé un cierto cambio en su actitud. Ahora me miraban más fijamente y parecían sonreír con una mueca falsa y burlona que me heló la sangre. En la próxima parada me bajaría y esperaría al siguiente tren. No pensaba seguir allí dentro ni un sólo minuto más.

"Me levanté, pero cuando el tren llegó a la estación no se detuvo. En el andén había gente, pero parecía como si fuésemos invisibles y no se percatasen de nuestro paso. Mis jóvenes acompañantes sonreían cada vez más abiertamente y me sobrecogió la dosis de malignidad que parecía esconderse tras aquellas sonrisas de bufón y aquellos ojos pintados y envueltos en sombras. Angustiado, tiré del freno de emergencia, pero el tren no hizo intento alguno de detenerse. Unas carcajadas entre diabólicas y perversas brotaron del fondo del vagón, del fondo del alma y las gargantas de aquellas tres mujeres arrastrándome hasta el mismísimo borde y paroxismo de la locura. Estaba tan angustiado que no podía pensar con claridad, no sabía qué hacer...

"El tren había cogido una velocidad endiablada, infernal. Pasamos varias paradas más, entre ellas la mía, sin que hiciera el más mínimo ademán de detenerse. Por el contrario, aumentaba cada vez más y más la velocidad. Imposible de describir con palabras el horror que me atenazaba en aquellos momentos. Y la gente de fuera impasible, sin reparar en nuestra presencia, sin percatarse de nuestro paso.

"Próximo ya a la desesperación, advertí un ligero movimiento en las jóvenes del fondo. Se estaban moviendo, acercándose hacia mí sin parar de reír. Lentamente. Casi a cámara lenta. Haciendo un esfuerzo de concentración y de auto control de mi angustia y mis sentidos, cogí el paraguas -por suerte para mí había llovido aquel día y lo llevaba encima- y con fuerza y decisión golpeé repetidamente una de las ventanas del vagón hasta romper el cristal.

"Ellas seguían acercándose, despacio como zombies, mostrándome sus encías en una risa perversa, alargando sus brazos, que entonces me parecieron inmensos, hacia mí. Ya las tenía casi encima. Me encaramé con cuidado a la ventana en el preciso instante en que cruzábamos la siguiente estación. Sin pensarlo dos veces, salté fuera en el preciso momento en que unas largas uñas intentaban aferrar uno de mis tobillos.

"Caí al suelo con estrépito y, tumbado en él, observé como aquel tren del infierno se alejaba a gran velocidad, sumergiéndose entre las sombras mientras, desde la ventana rota, las tres mujeres me miraban con una expresión de infinita rabia, odio y maldad. El resto del tren iba vacío. Antes de perderlo de vista pude fijarme en el número pintado en el lateral del vagón. El 103. 

"La estación también estaba vacía, así que para mi contrariedad nadie fue testigo de los hechos y de cómo me arrojaba del tren. Me levanté intentando sosegarme. En un bar cercano tomé un par de copas mientras pensaba en todo lo acontecido. Los huesos me dolían a causa de la caída y el subsiguiente golpe. Pero por fortuna, parecía no haberme roto ninguno.

"Volví a casa y ya en la cama -eso sí, con la luz encendida, pues la oscuridad me devolvía aquellos rostros fantasmales a la memoria-, rodeado de la serenidad y sosiego que proporcionan el descanso y el silencio del hogar, repasé varias veces mentalmente la película de los hechos que me acababan de acontecer en aquella aciaga noche.

"Al día siguiente me dirigí a las oficinas del Metro. Allí pregunté por algún responsable que pudiera informarme sobre un tema relacionado con aquella linea que yo utilizaba. Me pasaron con uno de los jefes de mantenimiento.

"Me inventé una excusa que justificase mi presencia allí y le expliqué a aquel hombre que el día anterior había montado en dicha línea y había perdido la cartera pero que, por casualidad, recordaba el número del tren en el que había viajado. Así que le rogué que mirase si, por suerte, la cartera hubiera aparecido. El número del tren era el 103.

"Mi interlocutor consultó unos libros y, tras unos minutos, meneó la cabeza negativamente y me dijo:

"-Sin duda debe de tratarse de un error. El tren número 103 fue mandado al desguace hace ya cuarenta años, después de un terrible accidente en el que perecieron tres chicas jóvenes.

"Asentí, admitiendo que sin duda debía tratarse de un error por mi parte al visualizar el número que vi escrito en el vagón. Le pedí disculpas por las molestias y me despedí. Él, por su parte, se brindó amablemente a informarme de inmediato si aparecía la cartera.

"El fresco aire matinal despejó en parte mi mente de la conmoción que acababa de sufrir al recibir aquella espeluznante información.

"¿Cómo podía ser?¿Cómo podía haber viajado en un tren desguazado cuarenta años antes? No podía aceptar aquella cosa así como así. Y además, parecía que yo era la única persona capaz de verlo y viajar en él. Por supuesto, ¿cómo iba a subir la gente a bordo si aquel tren no existía? Pero, ¿por qué yo si pude hacerlo? No era capaz de hallar ninguna respuesta lógica o coherente..

"Pasó el tiempo y mi único deseo durante aquel largo periodo no fue otro que el de olvidar el suceso. Me dolía y quemaba su recuerdo, pero hice todos los esfuerzos posibles por borrarlo de mi mente. Poco a poco, el trabajo, la rutina y la vida diaria consiguieron que fuera quedando aparcado en la memoria como un mal sueño, una pequeña pesadilla.

"Pero no he podido volver a subir a ningún vagón de Metro o tren. Un par de veces lo he intentado sin conseguirlo. Una terrible sensación de pánico y ansiedad se apodera entonces de mí. El mero hecho de acercarme a una parada me provoca ya un intenso desasosiego.

"Parece ser, al menos que yo sepa, que he sido la única persona capaz de ver y subir a aquel fantasmagórico vagón de tren. Pero ante todo quiero dejarle claro que nunca antes ni después en mi vida he tenido ninguna otra experiencia similar ni cualquier otra alucinación. Y por supuesto, sepa usted que no estoy loco...



                                                                                                        *  *  *



Nunca más he vuelto a ver a aquel desdichado hombre cuyo único deseo era dejar, ante todo, demostrada su cordura. Ya he dicho que estoy acostumbrado a escuchar cientos de relatos y sucesos relacionados con el más allá. Algunos son meras invenciones y fraudes de gente deseosa de darse publicidad u obtener pingues beneficios. En ocasiones son meras ilusiones y fantasías. Y hay muchas también producto de la demencia y la locura. Mucha falsedad y demasiada propaganda, ya que todo lo macabro, misterioso o inexplicable vende y puede ser un filón de oro para gente sin escrúpulos capaz de exprimirlo. El dinero y la codicia pueden llevar al hombre a cruzar los límites más insospechados. Pero tras mucho sondear y bucear en el mundo de lo paranormal, he podido llegar a la conclusión de que hay debajo de ese mundo oscuro mucho más de lo que lo parece y que esas señales que vemos a veces, son tan sólo la punta del iceberg.

Aquel hombre no buscaba propaganda o publicidad, ya que tanto en su círculo de amistades como en su puesto de trabajo, donde ocupaba un empleo de importancia en una gran empresa, lo que menos necesitaba era inventarse y contar un suceso de tales características y ser tomado por un chiflado, arriesgándose a perder así todo aquello por lo que había luchado y tantos esfuerzos le había costado conseguir.

Tampoco perseguía dinero. Que yo sepa jamás vendió su relato y, según creo, soy el único o uno de los pocos afortunados en conocerlo. Y, como él mismo me confesó, sólo necesitaba desahogarse, quitarse un peso de encima y hacer a otro partícipe, o al menos conocedor de su experiencia. Tales sucesos, cuando se guardan dentro, al igual que sucede con determinados sentimientos aunque parezcan muertos, están tan sólo aletargados y, cuando uno menos lo espera, la más leve corriente de aire los aviva originando el peor de los incendios. Es como si al contarlos, consiguieras  desprenderte en parte de ellos.

Creo en la historia de aquel hombre. Y no sólo por las lágrimas que vertió mientras la contaba, ni por la coherencia que mostró durante todo el relato, donde no se contradijo ni una sola vez pese al aparatoso tercer grado a que le sometí. Como ya dije antes, hay algo más que contar.

Esta historia me fue referida hace ya varios años y yo, al igual que su protagonista, la había guardado ya en el cajón del olvido de la memoria. Pero hace un mes aproximadamente, sucedió algo que me hizo darme de nuevo de bruces con ella.

Me encontraba, casualmente pues no suelo usarlo mucho, en la misma línea de Metro de nuestra narración. Y no había reparado siquiera en ello hasta que el tren hizo acto de presencia en la estación. Pero para mi sorpresa, llegaba con más velocidad de la que era habitual si debía, como era su obligación, detenerse allí.

Y mi asombro fue aún mayor cuando vi que pasaba de largo. Una tuerca hizo click en mis recuerdos al mismo tiempo que algo en el tren llamaba mi atención. El tercer vagón llevaba una ventana rota. En su interior había tres pálidas mujeres jóvenes vestidas de negro, de pie y en actitud en exceso seria y apesadumbrada. El número pintado en el lateral del vagón era el 103...



                                                                                                     *  *  *



Ahí tienen el relato. La historia de aquel hombre... y ahora también la mía propia. Son libres de pensar lo que quieran. Es una historia aterradora, a la vez que difícil de creer y ser tomada en serio. Soy consciente de ello. Y sé también que suena más a leyenda urbana que a cualquier otra cosa. En todo ello estoy de acuerdo.

Pero anden con cuidado. A nuestro alrededor merodean más acontecimientos extraños de los que somos capaces de vislumbrar a simple vista. Sobre todo si es uno un poco dado a mirar más abajo de la superficie. Y no se trata de exceso de imaginación, sugestión o paranoia. Sé distinguir perfectamente la línea que separa la fantasía de la realidad y el sueño del despertar.

Estoy casi por completo convencido de la cordura de nuestro entrañable protagonista. Pero si hay algo de lo que si puedo estar completamente seguro, es de que yo no estoy loco...


Juanma -  19 - Octubre - 1995






No hay comentarios:

Publicar un comentario