miércoles, 17 de diciembre de 2014

EL NOMBRE DE LAS COSAS

Para Gema:


Ibas al encuentro de algo.

Sí, un encuentro misterioso entre aquellas nubes malva y carmesí del crepúsculo. Parecías no verlo. No encontrar ese algo. Solo el ronroneo de un secreto que impregnaba tus manos de ternura y azúcar. Subida a lomos de la añoranza volaste. Sí, volaste alto; muy alto. Allá donde los acantilados alcanzan la cima del mundo, las cumbres guardianas del cielo. Dónde se hallará, parecías preguntarte.

Pero un humo negro en espiral me ocultaba tu rastro y tu presencia. La luna menguante me susurraba que habías desaparecido más allá de las mareas, que te habías ocultado del fuerte oleaje de las tristezas del mundo; allí donde los cuerpos duermen y las almas olvidan. Pero el otro cuarto, el creciente de la luna, también me contaba que seguías preguntando. Y que seguían sin convencerte las respuestas. Cada cosa en el mundo tenía su propia pregunta y su correspondiente respuesta. Pero asegurabas que las habían cambiado todas de sitio.


Seguiste volando. Llegaste hasta ese horizonte donde las luces de las luciérnagas se funden con las constelaciones. Y allí te sentaste a esperar. Quieta. Callada. Sonriente. Me hubiera gustado estar allí. Y a la cara oculta de la luna le hubiera gustado verte. Aunque había algo más. Letras que giraban a tu alrededor buscando la palabra de la que se habían desprendido, intentando volver a ser, a decir o a significar algo. O tildes que se habían caído de sus sílabas. Pero allí seguías. Sonriendo. En silencio. Esperando. 

Y detrás de los esbeltos espejos de tu refugio ahora secreto, mirabas hacia atrás mientras hilabas los cabellos de meteoro quecomo estrellas fugaces, se derramabatu alrededor. En una hermosa quimera de antes te recuerdo tejiendo matices de luz; un destello de azul de luna, un poco de agua de ámbar; ahora unañoranza, la dulzura del almíbar, de una rosa; vuelta del derecho, vuelta del revés, y cambiabas el punto sin mover el gesto de las niñas felices dentro de los párpados. Quizás hace tanto tiempo que habías comenzado a trenzar arco iris, que no recordabas que ya los dejaste todos dibujados en el cielo, entre el sol y la lluvia, y continuabas con tu mágica artesanía; un díaunnoche y otro sueño más, imaginando un pétalo, una risa, un unicornio en el bosque abrigado con la piel de tu eterna ensoñación.

Te empeñabas en que en el universo pasaba algo raro. Nada preocupante. Nada que abriera grietas entre el sueño y la realidad. Pero sí algo extraño, apenas perceptible. Como una llave perdida buscando con tristeza la cerradura que diera sentido a su vida. Como una primavera aún teñida de rastros de otoño y quedándose sin tiempo ante la llegada del verano. O como Alicia; en un mundo del revés que no era el suyo, pero que no podía ser de nadie más que de ella.

Te deslizaste de puntillas, pero la luna llena te oyó llegar. Y si no se lo hubiera contado la luna nueva, que para eso está. Llegaste en el envés del sueño del haz del país de las maravillas. Algo no llegaba. Pero algo que no llegaba y estaba en camino era siempre mejor que nada que ya estuviera o que se acercara. Escribiste el nombre de algo en el aire y soplaste para que el viento se lo llevara. Como el mensaje de la botella de la esperanza arrojada al mar de los sueños.

Entonces, desde el hueco callado de una puerta entreabierta, una mano desconocida te llamaba desde entre los árboles inmemoriales de bosques antiguos. Al acercarte al misterio, una voz de mermelada y algodón acariciaba tus ojos inquisitivos y anhelantes, como el ángel custodio de los secretos del fuego guardando las sombras de las llamas y sus grietas. Y aquella melodía te trajo el amanecer del manantial de la lluvia y el hueco que la madrugada olvidó entre los acordes del tiempo. Te trajo una tormenta de escalofríos, esperanzas y resplandores. Y te trajo también un collar de palabras susurradas y besos guardados y polvo de estrellas para que pudieras salir y escapar de todos los laberintos.

Y ahí seguías. Esperando con una sonrisa en los labios. Sin hablar. Sin moverte. Como una estatua griega. Hermosa y solemne. Recordando que cada cosa tenía un nombre. Y un sitio. Y un momento. Mirando más lejos de donde nadie podía ver y arrebatando con la magia de esos ojos azules el brillo a las estrellas...


Juanma - 18 - Diciembre - 2014                                          

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