lunes, 18 de agosto de 2014

ECLIPSE

Se encontraba aferrado a un pequeño tronco de madera cuando una furiosa tormenta emergió tras la imperturbable calma silenciosa del océano. Así se hallaba Eclipse aquella noche, en plena catarsis, apenas consciente, arrastrado por las olas a la lejana orilla de una playa de aguas turquesa y azabache arena fina. Era nochebuena. Un veinticuatro de diciembre marcado en el calendario por la brisa fría y un firmamento henchido de mágicas luces donde las estrellas se iluminaban como bolas de colores en el árbol de Navidad. El pequeño Eclipse, en ese duermevela fruto de la fatiga mental y el cansancio físico, soñaba. Soñaba con que sus limpios y cristalinos ojos azules se abrían para observar a los pescadores acercarse desde mar adentro. Le llamaban. Sabían que él estaba allí, conversando aquella madrugada con la luna llena en alta mar. Porque Eclipse adoraba al astro de plata como si fuese una amante apasionada. Y aquella noche ya de por sí especial, lo era doblemente para él. Quería compartir su tierna soledad con ella. En sus sueños presagiaba escenas de ternura, de cariño, de amor. Pero en su visión había alguien más allí presente. Alguien que le sonreía. En la confusión del sueño no sabía de quién se trataba. Apenas atisbaba a vislumbrar un rostro medio en sombras, envuelto en luces nocturnas que lo despistaban; más siendo como era hijo primogénito del caos y la desorientación. Pero de aquella figura emanó un abrazo, perlas de colores en una caricia deliciosa sobre sus labios anhelantes. Los pescadores arribaron a la orilla rompiendo el embrujo de aquel sueño de cristal.
—¡Eclipse! ¡Eclipse! —gritó uno de ellos— ¿Te encuentras bien?
—Sí —fue su breve y titubeante respuesta.
—Menudo susto nos has dado —le reprendió con dulzura un segundo marinero—. Anda, levántate y ven con nosotros a celebrar la Navidad hasta que las hermosas luces del alba espanten a las estrellas.
—¿Qué? ¿Espantar a las estrellas? —preguntó él casi horrorizado— ¿Cómo podéis hablar así? No deseo celebrar nada. Quiero volver al mar. Llevarme allí dentro —dijo señalando con su dedo el horizonte, allí donde cielo y océano se besaban—. Quiero ver ballenas, delfines, sirenas... los candiles de las constelaciones dibujando sonrisas sobre las olas...
—Eclipse, no estás bien. Olvídate del amor, que aún eres demasiado joven para sufrir.
—Por eso mismo quiero volver al mar. Llevadme allí dentro y dejadme soñar. Dejadme creer en la esperanza que me alimenta cada nuevo amanecer. Llevadme al mar. O prestadme al menos una barca.
—Te has vuelto loco Eclipse. ¿Una noche tan especial como esta y quieres estar solo?
—No, solo no. Con mis sueños y mis deseos...
Los pescadores al final decidieron hacer caso a Eclipse y le dejaron una barca. Aunque todos se marcharon con cierta pesadumbre en sus corazones. Temían por él; pero sabían también que siempre había sido así y que nada ni nadie iban a ser capaces de cambiarlo. Vieron como Eclipse recobraba sus fuerzas y alegría y subía a su embarcación. Asió los remos con una sonrisa en los labios y se adentró en las profundidades del océano bajo el embrujo de su astro de plata. De repente, de la luna surgió un haz de luz que fue a depositarse dentro de la pequeña barca. Eclipse se sintió confuso en un primer momento, pero después lo comprendió todo y comenzó a ascender por aquel halo azulado hacia la esfera gris. Allí en la luna había muchos chicos y chicas como él, pequeños eclipses que no encontraban su tiempo ni lugar allá en la tierra. Todos juntos reían, cantaban y bailaban alrededor de una hoguera de llamas plateadas. Estaba en su hogar; allí donde nacían los eclipses de luna...

Juanma - 18 - Agosto - 2014

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