miércoles, 6 de agosto de 2014

EL LIBRO DE LOS SUEÑOS

Apenas tenía cinco años cuando lo encontró. Fue la misma noche de tormenta en que su abuelo se acercó hasta su cama y la despertó para enseñarle la magia de leer las palabras escritas en los libros. Esa misma noche, cuando buscaba entre miles de objetos sin uso ni sentido abandonados en el fondo de un baúl otros cuentos donde seguir jugando a coleccionar vocales y hacerlas bailar con las consonantes, lo encontró; pequeñito, hermoso, reluciente: un libro de sueños. Ella nunca había visto nada tan maravilloso y bonito. Por si no fuera suficiente con ello, además de increíble era impredecible y mágico, pues cambiaba a su antojo de forma, de color y de tamaño. Le llevó bastante tiempo conseguir dominar los secretos y entresijos de su manejo; al principio fue difícil, pero con el tiempo se fue acostumbrando a su tacto suave, a sus contornos tenues y luminosos, a algo indefinible que lo hacía inconfundible. Lo estrenó soñando que su pequeño perro era un espléndido corcel, su gatito un leopardo y las tristezas y los llantos, un carnaval de risas.

El libro de los sueños requería ser tratado con cuidado para que no se estropeara; y a fe que lo consiguió pues le duró toda la infancia, resistió dos terremotos, varios huracanes, una dictadura, la separación de sus padres y consiguió llegar en buen uso hasta las primeras incursiones eróticas de su adolescencia. Nada más y nada menos. Después de aquello, el paso implacable del tiempo hizo también mella en él; el riesgo estaba ahora en el deterioro de las tapas y el papel, en el desgaste de las letras, en el olvido de los bordes y las palabras. Pero ella era demasiado soñadora para abandonarlo. Y desobediente como era su naturaleza, lo siguió abriendo todas y cada una de las noches de su vida, aun cuando se aceleró de manera vertiginosa la producción y cosecha de pesadillas.

Hay quien afirma que nunca tuvo demasiado sentido del ridículo. Y puede que estén incluso en lo cierto. Algunos días ella misma se avergüenza un poco de ello; aunque sólo un poco. Y en una caja de madera de boj, dentro de aquel fantástico baúl de su abuelo, aún sigue guardando a escondidas su libro de los sueños. Aunque ahora ya sólo se abra a ratos, a destiempo y mal. Aunque se ponga a regalar pequeñas esperanzas e ilusiones sin que nadie las lea, y se empeñe en darle profundos zarpazos a la realidad. Aunque ya no conserve apenas un ápice de color y nadie, ni siquiera ella, sepa cómo hacerlo rejuvenecer. Aunque los engranajes ocultos entre sus páginas a veces chirrien y le dañen los oídos, los ojos, el alma y el corazón.

Pero al caer la noche ella vuelve a abrir su libro de los sueños y se lanza leyendo desde el balcón; de cuento en cuento, de sueño en sueño, de abismo en abismo, aprendiendo a volar...


Juanma - 6 - Agosto - 2014




















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