jueves, 30 de octubre de 2014

ENTROPÍA

A veces se siente uno tan pequeño que ni siquiera se ve. Y crees atisbar en esa pequeñez una antigua sensación de distancia, de miedo... o de fragilidad. Tal vez nunca deseaste que fuera así, tal vez siempre lo tuviste prohibido. Pero nunca se sabe lo que se tiene hasta que se pierde, por muy extenuada de tanto uso que esté la expresión. Porque quizás siempre tuviste claro que el amor no era esa isla perdida que se miraba desde la cubierta del barco sin desembarcar en la orilla.

Puedes empeñarte en seguir siendo un niño todo el tiempo del mundo, pero en tu infancia de ilusiones fabricadas ya sabes y comprendes que la vida es todo aquello que los mayores dicen: peligrosa, misteriosa, extraña; y jodida en ocasiones... pero casi siempre sabia a pesar de todo. Lo intuyes, pero tienes también derecho a pensar que lo ignoras. Imaginas y recreas en tu mente todo lo maravilloso que pudo haber sido, y terminas creyendo que las malditas circunstancias a menudo te condujeron a sitios que ni siquiera buscabas.

Y terminas ignorando hacia dónde se dirige el barco en el que te ha tocado navegar. Cerca del final del viaje extravías los remos y acabas avanzando con los brazos, sacando con las manos el agua que entra a cubierta por las innumerables vías que se han abierto dentro. Y no te queda más remedio que asistir impasible al espectáculo y ver como todo se llena de huecos y agujeros... y como después, de forma milagrosa, el sol rellena las brechas con rayos de luz.

Crees saberlo todo cuando en realidad no tienes ni la más remota idea de nada. Crees que  decides y lo único cierto es que ya no hay nada que decidir. Y sientes miedo, pánico, pavor...

Ignoras qué es lo que te queda, si es que te queda algo todavía. Y no sabes si podrás descansar alguna vez ni en qué lugar. Haces todo lo que imaginas posible, aprendes, buscas... Pero muchas veces, con todo eso no basta.

Rezas para que las cosas cambien y sean de otro modo: intentas hacer y hacerte la vida más fácil y no consigues otra cosa que construir laberintos a tu alrededor. Quieres jugar limpio, pero sólo te enseñaron a hacer trampas con los dados del destino... y terminas jugando con fuego, dándote un tiro en el pie. Te escondes, reniegas, desapareces. Pero en el fondo del pozo del alma también te quieres un poquito, de vez en cuando. Y te rebelas ante tu destino.

Te resistes a jugar a cara o cruz la única moneda de la suerte. Te empeñas en que no todo sea un caos, un desorden, un despropósito; sino algo distinto. Decides jugar por fin una mano decente aun con las paupérrimas cartas que te han tocado.

Y permaneces quieto, respiras hondo, cierras los ojos. Escuchas cantos de sirena y musas cantando que hay cosas que no se rompen; como el amor o los corazones que aman.

Siempre te han recordado con mucho énfasis que apenas eras nada, una minúscula e insignificante brizna de hierba en el jardín de la vida. Pero por una vez no estás seguro de que todas las afirmaciones sean ciertas...


Juanma - 30 - Octubre - 2014

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