jueves, 18 de junio de 2015

CANCIÓN TRISTE

Os voy a contar una historia.

     Sea; comenzaremos por donde mandan las reglas de los cuentos, y cuando lleguemos al final sabremos más que ahora. Se trata de una canción triste.
     Hay un bosque lejano, oculto y perdido como tantos otros en un lugar inaccesible. Pero posee éste una peculiaridad que lo diferencia en mucho de todos los demás; tiene una canción.
   Todos los árboles y animales la escuchan con tristeza y atención cada noche. Los delicados acordes nacían de un laúd y hablaban de una despedida. Pero eso era antes; ahora nacen del silencio y hablan de la tristeza. Claro está que esto no lo sabemos por nosotros, pues los humanos desconocemos el lenguaje de la música que es, sin duda alguna, mucho más hermoso que el de las palabras. Todo esto lo conocemos, como el resto de la historia, gracias a un bardo del bosque que, generosamente, ha querido traducirla a nuestro idioma para que podamos disfrutarla y ser también partícipes de ella.
      El relato del bardo comienza así:

     Hace mucho, mucho tiempo, tanto que los árboles más longevos eran aún tiernos retoños, un joven lloraba con amargura sentado en una roca, al amparo del abrigo del bosque. El muchacho, de largos cabellos negros y ojos oscuros, vestía todo de verde y acariciaba las cuerdas de un laúd que sostenía entre sus manos. Sollozaba para sí:
   “¡Ay, si el último beso muere antes de llegar a su destino, si las caricias perecen sin conocer siquiera la piel y el tacto de otro cuerpo! He esperado un año aquí sentado como te prometí, bajo nuestro árbol, con mi laúd, regalo de los dioses para cantar tu incomparable belleza, sin abandonar la esperanza y con la mirada recorriendo, anhelante los recodos del camino. Aquella tarde prometiste volver; en cambio, no lo has hecho y ahora conozco el motivo; no puedes. La hierba del camino se ha marchitado esperando el beso de tus pies descalzos, los ruiseñores hace tiempo que no cantan y las ardillas se han olvidado de jugar como antaño. Enamoraste con tu gracia al bosque; y a mí con tu mirada. Pero los árboles han dejado de crecer en tu ausencia y hasta el silencio echa de menos el roce de tus largos cabellos acariciando al viento.
     “Hoy se cumple un año de tu partida y de mi sufrida espera, un año contemplando el corazón que, ebrios de amor, esculpimos en el tronco de nuestro árbol, un año empapando el suelo con mis lágrimas derramadas. Anoche llegó un cuervo a anunciarme tu muerte y hasta los sonidos del bosque guardaron silencio en señal de duelo. Y ahora dime, ¿con qué quieres que viva? No tengo más que recuerdos; son mi pequeño tesoro, pero sin ti no soy capaz de seguir. Y ya no puedo esperar más…
     “La sangre ha comenzado a manar de mis venas. Tan sólo me resta un momento más de soledad, de sudor frío, de ausencia irreemplazable… Los duendes del bosque lloran mi muerte inminente, pero se alegran por nosotros pues sin duda saben que vuelvo contigo, que voy a tu encuentro, a buscarte. ¡Espérame tan sólo unos minutos más! ¡Siéntate un instante y descansa que ya dejo el bosque atrás, que no quiero vivir si no es contigo, ni soñar si no es con tus besos! ¡Aguarda que ya salen las nubes de la muerte a mi encuentro y quizá esta noche volvamos a abrazarnos allá arriba, cabalgando a lomos de la eternidad!

     En el suelo del bosque quedaron tan sólo unas sucias y gastadas ropas verdes junto a un laúd cubierto de polvo y barro seco. Estaban en una pequeña franja de tierra árida, encima de un montón de huesos. Desde entonces se escucha cada noche la triste canción y una profunda melancolía se apodera y asola los corazones del bosque, pues el muchacho murió sin esperar ni conocer el cruel y macabro desenlace de la historia.

     “¡Aguarda tan sólo unas horas más, príncipe del bosque —exclamaba la muchacha mientras atravesaba las brumas de la muerte de regreso a la vida—, que voy de vuelta a tus brazos! ¡La muerte no es sombra tan poderosa como para poder encerrar mi pasión! ¡El más allá no es digno rival para ese paraíso terrenal que se llama amor! ¡Mi piel rebosa alegría por todos sus poros y mi corazón ya vuela hacia el tuyo que, aunque ahora esté triste, volverá a reír de felicidad mucho antes de lo que piensas! ¡Hace un año la muerte segó, como el vuelo de la hoz sobre una espiga, esta vida mía que sólo a ti pertenece! Pero he hecho un pacto con el diablo gracias al cual, en el aniversario de mi muerte, podré regresar a la vida. Por ti he renunciado a dios y al cielo. Sólo hay una pequeña pega y es que, para renunciar a la muerte, he tenido que aceptar la vida eterna, con lo que no podré volver a morir nunca más; así que el día de tu muerte habremos de volver a separarnos. Pero para eso también hay solución ya que el diablo, que ha sido muy benévolo conmigo, me ha prometido que, a cambio de cierto favor que ya te pedirá llegado el momento, te concederá a ti también la vida eterna, con lo que podremos estar juntos y ser felices para siempre. Puede decirse que todo este año de tormento y terribles sufrimientos puede darse por bien empleado y que tan sólo es un leve castigo en comparación con la enorme recompensa que nos espera.
     “¡Ábreme ahora tus cálidos brazos que corro, veloz como el viento, a refugiarme de nuevo en ellos!

     En el mismo momento en que el joven cruzaba el umbral de la muerte, la muchacha hacía lo propio con el de la vida. En ese  preciso instante ambos se cruzaron en ese limbo que separa el mundo conocido del más allá misterioso. Durante un fugaz relámpago miradas se buscaron y los dos enamorados se reconocieron. Pero nada pudieron hacer, pese a todos sus intentos de dar media vuelta, pues su suerte estaba ya echada y sus destinos escritos.
     Desde entonces la muchacha pasea solitaria por el bosque, siempre tan joven y hermosa como el día de su regreso, observando el cielo con la mirada perdida, acariciando el corazón tatuado en la corteza de su árbol, intentando quitarse la vida y, sin embargo, sin poder morir jamás.
     El joven toca noche tras noche su melancólica melodía desde el otro mundo, desde la casa de la muerte, intentando regresar y sin hallar modo alguno de conseguirlo.
     Y el bosque entero llora cada vez que el astro sol se esconde tras las montañas de poniente y la canción, al ritmo de la oscuridad, se apodera de su alma.

     Hasta aquí lo que el bardo del bosque ha traducido para nosotros. Para el resto tendremos que echar mano de nuestro buen juicio e imaginación. Sin duda os estaréis preguntando por la promesa del diablo y el supuesto favor que, como trueque, iba a pedir al joven a cambio de la vida eterna.
    Bueno, estoy convencido de que el muchacho ofreció al diablo todos los favores, tesoros y argumentos que tenía a su alcance.
     Pero, ¿no habréis creído de verdad ni por un sólo momento en la benevolencia del diablo? Sin duda, estaba utilizando una más de sus ingeniosas y perversas artimañas.
     Seguramente, lo que más atormenta a la muchacha no es la canción triste que su amado le envía cada noche desde las sombras eternas, sino la malévola y perniciosa risa que el diablo entona bajo tierra cada vez que la escucha.


Juanma – Mayo – 1996                                                                  

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