domingo, 8 de septiembre de 2013

MANHATTAN

A veces los pensamientos son tan volátiles, extraños e irreales, más parecidos a una experiencia onírica que a un sabio y sensato razonamiento, que da hasta un poco de miedo insuflarles vida, sacarlos a la luz. Sólo un poco. Porque pensaba en nuestra vida en común, en esta rutina, en nosotros dos; en nuestra adicción a los cigarrillos Camel, a la vida en casa y a las series de televisión. Con frecuentes sobredosis de incertidumbre, discusiones y nubes de alcohol. Prefabricando e inventando cada uno de los besos, los suspiros, los abrazos; construyendo alas sin saber volar...

Y pienso que no tendría por qué haber sido así, ¿sabes? Podría haber sido diferente. No digo que mejor o peor; tan sólo distinto. Supongo que no en esta vida, en este siglo o en esta ciudad. Creo que de cien veces que nos hubiésemos conocido aquí y ahora, las cien hubieran acabado igual. La providencia, la suerte o la casualidad, ¡qué más da! Todas nos hubieran reservado idéntico destino, el mismo final. Pero quiero creer que el futuro o el pasado sí hubieran albergado un momento para nosotros. Quizás en otra época; tal vez en otro lugar.

A veces imagino que podría haber sido Nueva York a finales de los cuarenta. O los cincuenta. Como en una de esas comedias de Billy Wilder o Howard Hawks. Tú llevarías un maravilloso vestido negro, el pelo recogido en un moño de esos altos, un collar de perlas y gafas de sol. Como Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes. Y yo…  yo seguiría llevando esta ropa ajena al tiempo, estas pintas de no sé muy bien quién soy ni mucho menos lo que me hago; y tal vez un reloj de bolsillo que me podría haber regalado algún capo de la mafia italiana o un magnate neoyorquino a cambio de unos cuantos acordes. Porque yo sería músico y tocaría la trompeta en una banda de jazz. No sería Louis Armstrong, desde luego; pero tampoco me las apañaría mal. 

Seríamos felices y viviríamos en Harlem, o en Brooklyn, pero tú me esperarías siempre en Manhattan, en la Quinta Avenida, al lado de Central Park; y ambos presumiríamos de ser de allí, de allí de toda la vida... y tal vez más. Te recogería todas las tardes en un Cadillac rojo descapotable y entonces, tú te recogerías el pelo con un pañuelo verde o rojo, da igual, y nos iríamos de fiesta, de copas... y tal vez más. Nuestra ruta sería distinta cada noche,  pero recorreríamos siempre todos los bares de jazz de la ciudad y hablaríamos con todo el mundo, como si la vida estuviera cosida a nuestros bolsillos, como si de verdad lo tuviéramos todo tan claro, como si hubiésemos nacido para no morir nunca jamás. 

Te imagino espléndida, dulce, maravillosa; con una sonrisa eterna bajo esos radiantes ojos negros, un Martini en la mano izquierda y un cigarrillo con filtro en la derecha comentándoles a los artistas del blues que nosotros éramos de allí de siempre, pero que siempre quisimos vivir un poquito más. Tú tendrías un perfecto acento inglés y yo un perfecto dominio de la trompeta. Ya en aquellas calles en blanco y negro, de camino a casa, de vuelta al hogar, te diría algo así como que la camarera rubia que se parecía a Marilyn Monroe no había dejado de mirarme en toda la noche... y que no la culpaba por ello. Tú te reirías alegre y divertida, con esa risa fresca y jovial mitad melodía, mitad brisa del mar. La ciudad, ya dormida, aún olería a la resaca de la alegría y de la fiesta y los dos pensaríamos que no había nada de lo que preocuparse, que los problemas eran cosa sólo de otros y que todas las palabras y las canciones y los sueños de mentira serían desde entonces de verdad.

Porque con el tiempo ya veríamos cómo sucedían las cosas y ya nos las apañaríamos si iban mal para cambiar el mundo un poco, también, a nuestra manera. De nuestra manera y con nuestras maneras ¿entiendes? Entonces la música sería siempre música y la poesía sería sólo poesía y podríamos cerrar los ojos y dormir tranquilos y sin culpas, ahorrándonos toda la explicación y frustración que conlleva el no poder seguir viviendo al día y el continuar teniendo sueños propios, hermosos y diferentes y el haber dejado de apostar a la ruleta rusa mucho tiempo atrás.

Sigo pensando a veces eso. Jugando un poco a eso. Imaginando todo eso. Sigo soñando e inventándome mundos alternativos sin latas de cerveza y sin ese frecuente y confuso sabor a indiferencia y humo y ceniza. Como si cualquier otra cosa fuera posible. Como si todo fuese posible. Tal vez en otra época; quizás en otro lugar. Mientras tanto, allá fuera el miedo viaja en nubes de odio, mares de codicia y coches patrulla. Y aquí dentro la rutina de los cigarrillos Camel, la vida en casa y las series de televisión augura escasa alegría, remotas esperanzas y demasiada soledad...

Juanma - 8 - Septiembre - 2013

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