CAPÍTULO 3
Los tiempos han cambiado mucho, querido Víctor.
Demasiado.
Antes los
hombres eran hombres y los vampiros, vampiros. Hoy en día la mayoría de unos y
otros no merecen tal nombre. Los hombres son vagas sombras de lo que fueron un
día. Y la mayoría de los míos, también.
Ha de
saber que mi especie es más antigua que la suya. Me dirá que somos medio
humanos. Cierto. Pero no fue siempre así. Antes de que el hombre apareciera
sobre el mundo, vivíamos adoptando otras formas. En ocasiones eran animales:
lobos, murciélagos, serpientes... Seres nocturnos, por supuesto. Hay algo de
cierto en las leyendas vampíricas, y es que el sol y nuestra naturaleza no son
compatibles. Otras veces también adoptábamos nuestra forma primigenia.
No, no me
lo pida dos veces. Créame que no le gustaría nada lo que vería. Si es capaz de
imaginar en su mente el peor monstruo o demonio imaginable, aún se quedaría
corto. No me tiente, dulce amigo.
Así que,
tal y como le decía, cuando el hombre hizo su aparición… ¡Oh, qué criatura tan
hermosa! Ingenua, débil, enfermiza… ¡pero hermosa! Poder tomar su aspecto era
una bendición. Unir en un mismo ser su belleza y nuestra fuerza e inmortalidad…
Desde los
primeros tiempos, nuestras razas han estado unidas. Es un modo de hablar, en
cierto modo, pues han sido enemigas naturales y ancestrales. Desde tiempos
remotos se oyó hablar de nosotros; en el Antiguo Egipto, en Babilonia, en
Mesopotamia… Se ha sabido de nuestra existencia en todas las culturas y civilizaciones
y, sin embargo, pese a tenernos enfrente, se seguía negando nuestra existencia.
Supongo que había una mezcla de temor y fascinación reverencial en todo lo
relativo a nuestra raza. Surgieron las leyendas, las supersticiones… Mejor
negarnos que aceptarnos. Tal vez pensaban que obviándolo, que cerrando los ojos
como ante la aparición de un fantasma, al volver a abrirlos la visión espectral
habría desaparecido.
Pudieron
unirse a nosotros. Formar, todos juntos, una misma raza. Hoy en día toda la
humanidad podría compartir nuestros dones. Pero decidieron combatirnos, darnos
caza, eliminarnos. Quedamos muy pocos de los que fuimos. El hecho de poder
acabar con nosotros de día, cuando nuestro poder está debilitado y somos seres
casi indefensos, os ha ayudado mucho. Conocer nuestros secretos y debilidades
fue vuestra salvación. Y, por otra parte, creo que también cometimos un gran
error: os subestimamos demasiado.
Tiene
razón. Yo también fui humano una vez. No pertenecí a la pura y antigua extirpe
de los Antiguos. Aunque una vez convertido, pasas a formar parte de ella. Son
tantos siglos bajo mi nueva forma por tan pocos años que viví como humano, que
es lógico que hable de mi casta y de mi estirpe. La suya es un vago recuerdo
para mí. Pero sí, fui humano una vez. Y esto me devuelve al punto del relato
donde nos habíamos detenido la otra vez. Perdone si en algún momento me voy por
las ramas y divago un poco, no es fácil ordenar y resumir una existencia tan
longeva.
Le
hablaba antes de mi decisión de buscar a aquel clan de vampiros de las montañas
para unirme a él. Así lo hice…
Tardé
meses, como ya dije. Tuve que volver varias veces a mi castillo en busca de
víveres. No le conté a nadie más, salvo a los gitanos, mis intenciones. Y nadie
tenía el valor de preguntarme, claro está. Se conocía mi mal humor y mis
accesos de furia en el castillo. Nadie quería terminar empalado, así que
callaban. No se hurgaba en mis idas y venidas. Así que pasaba un par de semanas
buscando, dejando señales, esperando. Regresaba unos días a mi hogar a reponer
fuerzas y existencias. Y de nuevo a las montañas…
Y una
noche, en lo más duro del crudo invierno y cuando ya había perdido casi toda
esperanza… Había encontrado una enorme gruta que me servía de refugio. Aquella
cueva me salvó la vida. No hubiera aguantado ninguna de aquellas gélidas
madrugadas a la intemperie. Había hecho un fuego, como cada noche. Y estaba a
punto de adormilarme tras terminar de cenar, cuando una ráfaga de viento
helado, más fría incluso que las de la tormenta de nieve que arreciaba en el
exterior, estuvo a punto de apagar de un soplido la hoguera. Frente a mí, como
una aparición surgida de la nada, había una alta figura envuelta en una larga y
raída túnica negra. Era más alto y fuerte que yo. Su rostro era pálido, como
una máscara de porcelana; y el blanco de sus ojos estaba inyectado en sangre.
Su pelo era largo y oscuro, recorría su espalda en largas cascadas de rizos
negros. ¡Era hermoso! Pese a su aspecto siniestro, tenía un porte elegante y
majestuoso. Sus facciones eran cadavéricas, pero bellas y fascinantes al mismo
tiempo. Creí que iba a atacarme. Que me había llegado la hora. Que no me daría
tiempo a abrir la boca…
Pero me
habló.
Su voz
era tan antigua como aquellas montañas. Sonaba extraña, llena de ecos y
matices, entre las paredes de aquellas galerías horadadas bajo la roca.
Desprendía fuerza, magia y poder. No sabría definirlo ahora, pero me sonó
gutural y maravillosa, demencial y cantarina. Todo en uno. Era un dialecto de
las montañas, pero yo lo conocía muy bien.
“Llevas
mucho tiempo buscando. Y el que busca, al final encuentra. Aunque no sé si es
aquello que esperabas. Sé quién eres. Y me traen sin cuidado tus títulos y
posesiones. Pero la sangre de tu linaje es antigua y poderosa. Y ya que buscas
tu muerte, te la daré con mucho gusto y placer. Y me deleitaré con la
legendaria existencia que fluye por tus venas. Pero ya que alguien de tan alta
alcurnia ha llegado tan lejos para verme o encontrarme, le dejaré al menos que
se explique. ¡Habla pues, insignificante humano!”
Tantas
ganas que tenía de encontrarlo y… ¡estaba paralizado! ¡Aterrorizado! Aquellas
palabras emanaban poder, sabiduría, eternidad… No sabía cómo explicarme, por
dónde empezar…
“¿Cómo te
llamas?”, le pregunté sin pensar. Al momento de formular mi pregunta temí que
mi descaro pudiera despertar su furia. O algo peor. Pero tras unos momentos de
silencio, sin duda debió quedarse estupefacto ante mi desfachatez, empezó a reír
con ganas. Rio y rio con energía, con deleite, con enormes carcajadas guturales
y estremecedoras que seguro retumbaron más allá de la gruta, en toda aquella
gigantesca cordillera.
Cuando
paró de reír, se acercó lentamente hacia mí. No le vi caminar, levitaba…
No, no podemos volar como se ha contado
erróneamente en numerosas novelas o películas. Pero si movernos y desplazarnos
a velocidades vertiginosas. Y levitar sobre el suelo. Eso se consigue con poder
mental. Seguro que, con el entrenamiento adecuado, cualquiera de vosotros lo
conseguiría. Pero vuestra mente divaga y se pierde continuamente en
pensamientos pueriles. No sabéis entrenarla. Y ahí se pierde el noventa y nueve
por ciento del poder de vuestra mente. Pero esa es otra historia, claro está…
Se acercó
hacia mí, levitando. Etéreo, como en un sueño. Y alargó una de sus manos hacia
mi rostro. Era una mano enorme, de largos y finos dedos y afiladas uñas…
Como la
mía. Sí, tal cual como es la mía ahora. A veces cuando lo describo es como si
me dibujara a mí mismo.
Me
acarició la mejilla. Sus dedos estaban helados. Y mi piel se congeló con su
caricia. Sentí un estremecimiento por todo el cuerpo. Se me erizo el vello como
si hubiera sufrido una descarga eléctrica. Yo había sido un hombre monstruoso,
un ser vil y despreciable. Había cometido atrocidades inimaginables. Y me
jactaba de ello. De ello y de mi poder. Pero ante aquella criatura me sentía
como un insecto, como un ratón enjaulado. Desprendía poder, fuerza, maldad… De
todo su ser brotaba crueldad, perversión, una sed inagotable de algo inhumano.
Era una criatura legendaria, magnífica, soberbia. Era lo que yo anhelaba.
Exactamente así quería ser. Para eso estaba allí.
“¿Mi
nombre?”, preguntó con una seriedad de ultratumba.
“Mi
nombre es sólo mío. Pero eres el primer humano en muchos siglos que osa
preguntármelo. Y eso merece una recompensa. Reconozco el valor cuando lo veo.
Pese a tu insignificancia, no eres como la mayoría de tus semejantes. Veo
fuerza, determinación y valentía en tu mirada. La fortaleza de tu linaje.
Draculea. Vlad Tepes. El poseedor de la sangre del dragón. Te llaman de muchas
formas. No tantas como me han llamado a mí. Tu sangre tiene poder. Pero no
desciende de ningún dragón. Los dragones no existen. Nosotros sí.”
“Arkanti
me llaman los míos. Estrigoi nos llaman los vuestros. Almas errantes que salen
de noche de sus tumbas para aterrorizar y sembrar el caos y el pánico entre los
humanos. Eso se dice. Eso se cuenta de nosotros. Lo de aterrorizar y sembrar el
pánico nos es indiferente. Lo único que queremos y necesitamos es alimentarnos.
Y necesitamos sangre. Cuanto más poderosa, más nos sacia.”
“Te he
dado mi nombre, como pedías. He premiado tu valentía. Ahora tomaré lo que me
corresponde. Tu sangre. Una sangre poderosa que me será de gran agrado.”
En esos
momentos me levanté. Enfrentaba por primera vez a aquella criatura en pie. Pese
a mi gran tamaño, me sacaba más de una cabeza de altura. Y también era mucho
más corpulento. Era uno de los Antiguos. Uno de los Primeros. Era un ser legendario,
soberbio, sublime…
No, no
sigue vivo.
¿Quién
terminó con él? Cada cosa a su tiempo, cada cosa a su tiempo amigo…
Sigamos
por orden, querido mío. Tenía más miedo que en toda mi vida. Pero aun así, me
enfrenté a él.
“¡No
pienso morir! ¡No esta noche!”, le desafié.
Después
solo recuerdo su impresionante fuerza levantándome en vilo con una sola mano.
Un mordisco en mi cuello. Brumas. Oscuridad. Y pesadillas... Pesadillas de lujuria y desenfreno;
una orgía de sangre y hedor; penumbras inaccesibles y oscuridades
inimaginables; lamentos y aullidos de muertos y no-muertos en un coro de cantos
depravados; imperios humanos naciendo, alzándose como hormigueros, creciendo y
madurando y hundiéndose, elevándose, retorciéndose y desmoronándose; y una
profundidad inabarcable de laberintos de horror donde grotescas sombras sin
forma ni nombre susurraban misterios más antiguos que el mismo mundo por el que
reptaban...
Continuará...
Juanma - Octubre - 2015
Ya sé que
la historia se está poniendo interesante, querido anfitrión. Pero apenas queda
media hora para que amanezca, y ya sabe que el sol y yo no somos precisamente
buenos amigos. Es hora de dormir, y como en el ataúd de uno no se descansa en
ningún sitio.
¿En una
cama? Sí, claro que podría dormir en una cama. No es ningún inconveniente. Y
tampoco iba a ser la primera vez que lo hiciera. He dormido en los lugares más
insospechados del mundo. Algunos de ellos ni los creería. Pero prefiero mi
sitio de descanso habitual. Como le he dicho, mejor cada uno en su propia casa…
y Lucifer en la de todos. Así que le agradezco su amable oferta. Pero, al menos
por esta vez, siento rechazarla.
No, no,
no… No temo que llame a la policía o que intente alguna sucia treta como
intentar clavarme una estaca en el corazón mientras duermo. Confío en usted,
como ya le he dicho. Y, a ese respecto, no suelo equivocarme con la gente. El
olor de la sangre revela muchas cosas sobre el carácter de las personas. Y el
de la suya me dice que es hombre de palabra. De honor, como diríamos en mis
buenos tiempos. Aparte de eso, una estaca me produciría el mismo efecto que a
un mortal la picadura de un mosquito. La leyenda y la realidad no siempre van
de la mano. Si alguna vez se decide a acabar con mi vida, asegúrese de
descuartizarme, decapitarme y quemarme como mínimo. Si no, será usted el que
termine hecho filetes. Y no me gustaría nada eso, amigo. Le respeto. Y le
aprecio. Así que no albergue pensamientos impuros en su alma.
Sé que
aún no me cree del todo. Y, por otro lado, noto su miedo y ansiedad. No debe
temer de mí… de momento. Soy miembro de una raza despiadada y poderosa. Pero
tampoco somos seres inmundos ni los causantes de todos los males de la Tierra.
Ya estábamos aquí antes que ellos, pero que conste que no tuvimos nada que ver
con la extinción de los dinosaurios. Y que su raza, a su modo, es más cruel y
abominable que la nuestra.
Así que
aquí termina la lección de hoy, querido Víctor.
¿Un
adelanto de lo que está por venir? No sea impaciente, por favor. Las cosas con
mesura, y en dosis pequeñas, saben y se aprecian mejor. Pero le diré algo:
sangre, mucha sangre, seres legendarios y lunas llenas hinchadas de lujuria y
perversión. Continuará...
Juanma - Octubre - 2015
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