sábado, 12 de diciembre de 2015

SANGRE (CAPÍTULO III)

CAPÍTULO 3



Los tiempos han cambiado mucho, querido Víctor. Demasiado.
     Antes los hombres eran hombres y los vampiros, vampiros. Hoy en día la mayoría de unos y otros no merecen tal nombre. Los hombres son vagas sombras de lo que fueron un día. Y la mayoría de los míos, también.
     Ha de saber que mi especie es más antigua que la suya. Me dirá que somos medio humanos. Cierto. Pero no fue siempre así. Antes de que el hombre apareciera sobre el mundo, vivíamos adoptando otras formas. En ocasiones eran animales: lobos, murciélagos, serpientes... Seres nocturnos, por supuesto. Hay algo de cierto en las leyendas vampíricas, y es que el sol y nuestra naturaleza no son compatibles. Otras veces también adoptábamos nuestra forma primigenia.
     No, no me lo pida dos veces. Créame que no le gustaría nada lo que vería. Si es capaz de imaginar en su mente el peor monstruo o demonio imaginable, aún se quedaría corto. No me tiente, dulce amigo.
     Así que, tal y como le decía, cuando el hombre hizo su aparición… ¡Oh, qué criatura tan hermosa! Ingenua, débil, enfermiza… ¡pero hermosa! Poder tomar su aspecto era una bendición. Unir en un mismo ser su belleza y nuestra fuerza e inmortalidad…
     Desde los primeros tiempos, nuestras razas han estado unidas. Es un modo de hablar, en cierto modo, pues han sido enemigas naturales y ancestrales. Desde tiempos remotos se oyó hablar de nosotros; en el Antiguo Egipto, en Babilonia, en Mesopotamia… Se ha sabido de nuestra existencia en todas las culturas y civilizaciones y, sin embargo, pese a tenernos enfrente, se seguía negando nuestra existencia. Supongo que había una mezcla de temor y fascinación reverencial en todo lo relativo a nuestra raza. Surgieron las leyendas, las supersticiones… Mejor negarnos que aceptarnos. Tal vez pensaban que obviándolo, que cerrando los ojos como ante la aparición de un fantasma, al volver a abrirlos la visión espectral habría desaparecido.
     Pudieron unirse a nosotros. Formar, todos juntos, una misma raza. Hoy en día toda la humanidad podría compartir nuestros dones. Pero decidieron combatirnos, darnos caza, eliminarnos. Quedamos muy pocos de los que fuimos. El hecho de poder acabar con nosotros de día, cuando nuestro poder está debilitado y somos seres casi indefensos, os ha ayudado mucho. Conocer nuestros secretos y debilidades fue vuestra salvación. Y, por otra parte, creo que también cometimos un gran error: os subestimamos demasiado.
     Tiene razón. Yo también fui humano una vez. No pertenecí a la pura y antigua extirpe de los Antiguos. Aunque una vez convertido, pasas a formar parte de ella. Son tantos siglos bajo mi nueva forma por tan pocos años que viví como humano, que es lógico que hable de mi casta y de mi estirpe. La suya es un vago recuerdo para mí. Pero sí, fui humano una vez. Y esto me devuelve al punto del relato donde nos habíamos detenido la otra vez. Perdone si en algún momento me voy por las ramas y divago un poco, no es fácil ordenar y resumir una existencia tan longeva.
     Le hablaba antes de mi decisión de buscar a aquel clan de vampiros de las montañas para unirme a él. Así lo hice…
     Tardé meses, como ya dije. Tuve que volver varias veces a mi castillo en busca de víveres. No le conté a nadie más, salvo a los gitanos, mis intenciones. Y nadie tenía el valor de preguntarme, claro está. Se conocía mi mal humor y mis accesos de furia en el castillo. Nadie quería terminar empalado, así que callaban. No se hurgaba en mis idas y venidas. Así que pasaba un par de semanas buscando, dejando señales, esperando. Regresaba unos días a mi hogar a reponer fuerzas y existencias. Y de nuevo a las montañas…
     Y una noche, en lo más duro del crudo invierno y cuando ya había perdido casi toda esperanza… Había encontrado una enorme gruta que me servía de refugio. Aquella cueva me salvó la vida. No hubiera aguantado ninguna de aquellas gélidas madrugadas a la intemperie. Había hecho un fuego, como cada noche. Y estaba a punto de adormilarme tras terminar de cenar, cuando una ráfaga de viento helado, más fría incluso que las de la tormenta de nieve que arreciaba en el exterior, estuvo a punto de apagar de un soplido la hoguera. Frente a mí, como una aparición surgida de la nada, había una alta figura envuelta en una larga y raída túnica negra. Era más alto y fuerte que yo. Su rostro era pálido, como una máscara de porcelana; y el blanco de sus ojos estaba inyectado en sangre. Su pelo era largo y oscuro, recorría su espalda en largas cascadas de rizos negros. ¡Era hermoso! Pese a su aspecto siniestro, tenía un porte elegante y majestuoso. Sus facciones eran cadavéricas, pero bellas y fascinantes al mismo tiempo. Creí que iba a atacarme. Que me había llegado la hora. Que no me daría tiempo a abrir la boca…
     Pero me habló.
     Su voz era tan antigua como aquellas montañas. Sonaba extraña, llena de ecos y matices, entre las paredes de aquellas galerías horadadas bajo la roca. Desprendía fuerza, magia y poder. No sabría definirlo ahora, pero me sonó gutural y maravillosa, demencial y cantarina. Todo en uno. Era un dialecto de las montañas, pero yo lo conocía muy bien.
     “Llevas mucho tiempo buscando. Y el que busca, al final encuentra. Aunque no sé si es aquello que esperabas. Sé quién eres. Y me traen sin cuidado tus títulos y posesiones. Pero la sangre de tu linaje es antigua y poderosa. Y ya que buscas tu muerte, te la daré con mucho gusto y placer. Y me deleitaré con la legendaria existencia que fluye por tus venas. Pero ya que alguien de tan alta alcurnia ha llegado tan lejos para verme o encontrarme, le dejaré al menos que se explique. ¡Habla pues, insignificante humano!”
     Tantas ganas que tenía de encontrarlo y… ¡estaba paralizado! ¡Aterrorizado! Aquellas palabras emanaban poder, sabiduría, eternidad… No sabía cómo explicarme, por dónde empezar…
     “¿Cómo te llamas?”, le pregunté sin pensar. Al momento de formular mi pregunta temí que mi descaro pudiera despertar su furia. O algo peor. Pero tras unos momentos de silencio, sin duda debió quedarse estupefacto ante mi desfachatez, empezó a reír con ganas. Rio y rio con energía, con deleite, con enormes carcajadas guturales y estremecedoras que seguro retumbaron más allá de la gruta, en toda aquella gigantesca cordillera.
     Cuando paró de reír, se acercó lentamente hacia mí. No le vi caminar, levitaba…
      No, no podemos volar como se ha contado erróneamente en numerosas novelas o películas. Pero si movernos y desplazarnos a velocidades vertiginosas. Y levitar sobre el suelo. Eso se consigue con poder mental. Seguro que, con el entrenamiento adecuado, cualquiera de vosotros lo conseguiría. Pero vuestra mente divaga y se pierde continuamente en pensamientos pueriles. No sabéis entrenarla. Y ahí se pierde el noventa y nueve por ciento del poder de vuestra mente. Pero esa es otra historia, claro está…
     Se acercó hacia mí, levitando. Etéreo, como en un sueño. Y alargó una de sus manos hacia mi rostro. Era una mano enorme, de largos y finos dedos y afiladas uñas…
     Como la mía. Sí, tal cual como es la mía ahora. A veces cuando lo describo es como si me dibujara a mí mismo.
     Me acarició la mejilla. Sus dedos estaban helados. Y mi piel se congeló con su caricia. Sentí un estremecimiento por todo el cuerpo. Se me erizo el vello como si hubiera sufrido una descarga eléctrica. Yo había sido un hombre monstruoso, un ser vil y despreciable. Había cometido atrocidades inimaginables. Y me jactaba de ello. De ello y de mi poder. Pero ante aquella criatura me sentía como un insecto, como un ratón enjaulado. Desprendía poder, fuerza, maldad… De todo su ser brotaba crueldad, perversión, una sed inagotable de algo inhumano. Era una criatura legendaria, magnífica, soberbia. Era lo que yo anhelaba. Exactamente así quería ser. Para eso estaba allí.
     “¿Mi nombre?”, preguntó con una seriedad de ultratumba.
     “Mi nombre es sólo mío. Pero eres el primer humano en muchos siglos que osa preguntármelo. Y eso merece una recompensa. Reconozco el valor cuando lo veo. Pese a tu insignificancia, no eres como la mayoría de tus semejantes. Veo fuerza, determinación y valentía en tu mirada. La fortaleza de tu linaje. Draculea. Vlad Tepes. El poseedor de la sangre del dragón. Te llaman de muchas formas. No tantas como me han llamado a mí. Tu sangre tiene poder. Pero no desciende de ningún dragón. Los dragones no existen. Nosotros sí.”
     “Arkanti me llaman los míos. Estrigoi nos llaman los vuestros. Almas errantes que salen de noche de sus tumbas para aterrorizar y sembrar el caos y el pánico entre los humanos. Eso se dice. Eso se cuenta de nosotros. Lo de aterrorizar y sembrar el pánico nos es indiferente. Lo único que queremos y necesitamos es alimentarnos. Y necesitamos sangre. Cuanto más poderosa, más nos sacia.”
     “Te he dado mi nombre, como pedías. He premiado tu valentía. Ahora tomaré lo que me corresponde. Tu sangre. Una sangre poderosa que me será de gran agrado.”
     En esos momentos me levanté. Enfrentaba por primera vez a aquella criatura en pie. Pese a mi gran tamaño, me sacaba más de una cabeza de altura. Y también era mucho más corpulento. Era uno de los Antiguos. Uno de los Primeros. Era un ser legendario, soberbio, sublime…
     No, no sigue vivo.
     ¿Quién terminó con él? Cada cosa a su tiempo, cada cosa a su tiempo amigo…
     Sigamos por orden, querido mío. Tenía más miedo que en toda mi vida. Pero aun así, me enfrenté a él.
     “¡No pienso morir! ¡No esta noche!”, le desafié.

     Después solo recuerdo su impresionante fuerza levantándome en vilo con una sola mano. Un mordisco en mi cuello. Brumas. Oscuridad. Y pesadillas... Pesadillas de lujuria y desenfreno; una orgía de sangre y hedor; penumbras inaccesibles y oscuridades inimaginables; lamentos y aullidos de muertos y no-muertos en un coro de cantos depravados; imperios humanos naciendo, alzándose como hormigueros, creciendo y madurando y hundiéndose, elevándose, retorciéndose y desmoronándose; y una profundidad inabarcable de laberintos de horror donde grotescas sombras sin forma ni nombre susurraban misterios más antiguos que el mismo mundo por el que reptaban...
     Ya sé que la historia se está poniendo interesante, querido anfitrión. Pero apenas queda media hora para que amanezca, y ya sabe que el sol y yo no somos precisamente buenos amigos. Es hora de dormir, y como en el ataúd de uno no se descansa en ningún sitio.
     ¿En una cama? Sí, claro que podría dormir en una cama. No es ningún inconveniente. Y tampoco iba a ser la primera vez que lo hiciera. He dormido en los lugares más insospechados del mundo. Algunos de ellos ni los creería. Pero prefiero mi sitio de descanso habitual. Como le he dicho, mejor cada uno en su propia casa… y Lucifer en la de todos. Así que le agradezco su amable oferta. Pero, al menos por esta vez, siento rechazarla.
     No, no, no… No temo que llame a la policía o que intente alguna sucia treta como intentar clavarme una estaca en el corazón mientras duermo. Confío en usted, como ya le he dicho. Y, a ese respecto, no suelo equivocarme con la gente. El olor de la sangre revela muchas cosas sobre el carácter de las personas. Y el de la suya me dice que es hombre de palabra. De honor, como diríamos en mis buenos tiempos. Aparte de eso, una estaca me produciría el mismo efecto que a un mortal la picadura de un mosquito. La leyenda y la realidad no siempre van de la mano. Si alguna vez se decide a acabar con mi vida, asegúrese de descuartizarme, decapitarme y quemarme como mínimo. Si no, será usted el que termine hecho filetes. Y no me gustaría nada eso, amigo. Le respeto. Y le aprecio. Así que no albergue pensamientos impuros en su alma.
     Sé que aún no me cree del todo. Y, por otro lado, noto su miedo y ansiedad. No debe temer de mí… de momento. Soy miembro de una raza despiadada y poderosa. Pero tampoco somos seres inmundos ni los causantes de todos los males de la Tierra. Ya estábamos aquí antes que ellos, pero que conste que no tuvimos nada que ver con la extinción de los dinosaurios. Y que su raza, a su modo, es más cruel y abominable que la nuestra.
     Así que aquí termina la lección de hoy, querido Víctor.
     ¿Un adelanto de lo que está por venir? No sea impaciente, por favor. Las cosas con mesura, y en dosis pequeñas, saben y se aprecian mejor. Pero le diré algo: sangre, mucha sangre, seres legendarios y lunas llenas hinchadas de lujuria y perversión.  

Continuará...

Juanma - Octubre - 2015                                                             

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